Los gritos me hacen despertar a las cuatro de la madrugada. La cortina está medio abierta. A través de la ventana entra la molesta luz de una farola y el resplandor plateado de la luna.
Los vecinos nuevos que
acababan de mudarse a la casa de al lado, habían vuelto a comenzar con su ya
acostumbrada riña. Desde que llegaron al barrio, no hacen más que pelearse
todas las noches. Para ellos, cualquier remota circunstancia de tensión, es un
motivo de pelea. Yo pienso que se pelean por puro aburrimiento.
Los muy capullos no
permiten que pueda conciliar el sueño nunca, me obligan todas las noches a permanecer
despierto por el ruido de sus discusiones; pero lo peor de todo, son las
reconciliaciones que las siguen, y la muy tonta chilla entonces como alma que
se lleva el diablo. Como si fuese la primera vez que tenía sexo. —¡Pienso que
lo hacen aposta!
…
Me remuevo en la cama e
intento dormir. Las sabanas, tras varias noches aspirando mi sudor sin recibir
lavado alguno, ya se sentían pegajosas. Los mordiscos en el lóbulo se
entremezclan con síntomas de ahogo, —me agobian sus gemidos
Hace unos meses que se me
diagnosticó de tuberculosis, llevaba mucho tiempo con esta tos horrenda que
revienta mis pulmones, hasta que un día decidí irme a la consulta. —Habría
preferido morir en la ignorancia— Ahora por esta mala decisión, querían
obligarme a pasar seis meses de mi vida, tragando unas enormes y asquerosas
píldoras, por no mencionar que me obligaran a dejar de fumar. —Malditos toca
pelotas…, mata sanos, ¡hijos de puta!
Enciendo un cigarrillo y
lo sujeto entre dos dedos. Llevaba un tiempo sin probarme ni una sola colilla,
lo sostengo durante un rato y, pienso en lo que me había dicho el médico: — ¿No
puedo volver a fumar nunca?, ¡Qué estúpido el hombre!
El placer del humo
colonizando mi garganta como vía para arrasarme los pulmones, es casi
hipnotizador. Los chillones de esta tonta ya me parecen cosa del pasado. El
labio deja de temblarme y las ganas de meterle un guantazo al vecino repelente,
se esfuman. —¡Qué puñetera maravilla extinguir un cigarro enterito en un
segundo! Estos médicos estúpidos deben de estar locos, ¿Quién podría vivir sin
fumar?
Mi padre compraba un
cartón de tabaco cada viernes por la tarde. Veinte cajetillas que, el domingo
después de comer, ya agonizaban. El cabronazo murió tumbado en el sofá,
fumándose un porro tras otro, como si fuese una bolsa de pipas. Tengo el
recuerdo de él recostado sobre la almohada, oculto tras una nube de humo. Y esa
tos rompiéndole el pecho… ¡Qué gran espectáculo!
…
Ya casi se había
esclarecido el día. El desvelo instalado en la habitación ya se había
desvanecido. Ya no escucho alboroto en la casa de al lado, se habrán quedado
dormidos tras cinco polvos mañaneros. —Esas relaciones tóxicas deberían estar
reguladas por la Seguridad Social— al final, pagaríamos todos. María Jesús y
yo, lo dejamos en el momento justo. Antes de arrojarnos platos a la cabeza y
reprocharnos mil tonterías.
Necesito otro cigarro —susurro—
uno que se revuelva en mis pulmones. Un paquete más y seré el hombre chimenea.
Me asignarán un parque de bomberos e instalarán en el salón un par de
extintores.
Con el estertor del
cigarrillo, enciendo otro. El vecino de al lado ya no me sirve de excusa para
mantenerme despierto, fumar sí. Beso el filtro suavemente, como si maría Jesús
se hubiera reencarnado en él. La analogía final es que ambos me quitan la vida.
…
Abro los ojos y son las
nueve cuarenta y cinco de la mañana. La luna plateada es ahora un círculo
amarillo que amenaza con hornearnos como pollos que se sirven para llevar,
todos brillamos grasientos bajo este sol matutino que, como un horno a fuego
lento, le deja a cada uno en su punto.
Cuando me levanto de la
cama, descubro la ciénaga de sudor formada en el colchón, como si el ruidoso
ventilador que heredé de mi padre no hubiera hecho su función durante las
escasas horas que logré encerrar el insomnio. Me asomo por la ventana. La
vecina que la noche anterior me restringía el sueño, sale sonriente de su casa.
El brillo en su rostro denotaba satisfacción, como si hubiese tenido una
experiencia religiosa, un encontronazo con…, quizás la virgen María.
Me resultó extraño ver
que después de la agitada noche que había tenido, estuviera llena de energías
tan tempano; si yo estuviera en su lugar, seguiría durmiendo a esta hora.
Un hombre mayor se
encontraba parado al borde de la acera, él al igual que la vecina, parecía haber
tenido una noche increíble; en su caso particular, quizás estuviera disfrutando
de la barra libre de algún bar clandestino del barrio. La enorme sonrisa que se
dibujaba en el rostro de ella, se entrecorta cuando se cruza con aquel viejo.
—Hola señora Carmela—
saludó este, acaloradamente, dirigiéndose a la vecina, como si se tratase de
una muy… muy vieja amiga.
—Señorita Carmela. Por
favor, ¡no hago boca!, no soy señora de nadie— le corrigió ella, con un
insinuado coqueteo en el rostro.
—Vives con mi hermano,
así que, quieras o no, eres la señora de Santos Ntutuma Mba Angué—, y con esto,
los dos se pusieron a reírse, aunque la vecina se burlaba más bien.
—¿Tu hermano puede
mantener a una mujer? —preguntó después— ¡tú mismo!, con esta cara de borracho que
tienes, ¿puedes mantener a una mujer? — siguió tras una breve
pausa.
—Habéis dormido a noche
eh!, ¿a que sí? —
bromeó él.
—¡Sí hombre!, y voy andar
diciéndotelo a ti, ¡viejo chismoso! — respondió ella alejándose de aquél hombre
que temblaba como un zombi desorientado al borde de la acera.
—¡Se te ve en la cara!,
mi hermano te la ha montado, ¡pero bien! — gritó él, retomando su ruta, entrechocándose
con los postes del alumbrado público.
…
Me puse a reír por el
comentario tan machista que había hecho aquel viejo, —¡que viejo más
pervertido! — pensé, mientras me disponía a preparar una tortilla de huevo con
extra de cebolla.
Alguna gente no cambia
con la edad —reflexioné en mi interior.
Recuerdo mi adolescencia,
yo era así de descarado. Ahora, veinte años después, estoy seguro de que, esta
no fue la mejor etapa de mi vida. Pero, para algunas personas es distinto,
llegan a la vejez con sus costumbres de niños grandes, que se avivan aún más
con la influencia de unas cuantas copas de alcohol que, para ellos, es como un
certificado de cometer las más absurdas locuras, soltar barbaridades de sus
embriagadas bocas, indiferentes del daño que puedan y causan, dicen cualquier
cosa a cualquier persona. Los alcohólicos son realmente repugnantes y asquerosos.
Al menos, en mi caso, solo soy culpable de fumar, no molesto a nadie ni durante,
ni después de mis sesiones con el tabaco, mi único y verdadero psiquiatra, ni
tampoco me pongo a alborotar como hacen ellos, ¡este comportamiento es una
verdadera vergüenza!
…
Unos quince minutos
después, tenía mi desayuno listo, si me hubieran dicho de pequeño que mi vida
acabaría de esta manera, conmigo preparando mi propio desayuno, me hubiera
puesto a reír en la puta cara de quien me lo dijera, ¿cómo imaginar que los, — “es
para tu futuro” —, que decía mi madre, fueran tan ciertos?, debería haberla
hecho caso más a menudo o al menos haberlo intentado.
…
No termino el primer
bocado cuando empiezo a toser frenéticamente, es como si los malditos pulmones
estuviesen esperando a que terminase de preparar el desayuno, para que pudieran
rebelarse contra mí. Unos minutos después comienzo a vomitar ríos de sangre,
como si se hubiera degollado un carnero en mi interior.
Lo siguiente de lo que me
acuerdo, es de haber despertado sobre una fastidiosa cama de hospital que olía
a muerte. Me encontraba ya, en el pabellón de los enfermos tuberculosos del
hospital regional de Bata, la mirada del médico estaba fijada en el momificado
cuerpo que, pálidamente se mecía sobre la camilla.
—¿Tú otra vez aquí? — me
preguntó con la angustia en su decepcionado rostro.
—¡Buenas tardes doctor!,
le veo con mala cara, ¿está usted bien? — bromeé.
—¿Que si estoy bien?,
¿Que si estoy bien?, pero… ¿usted se ha mirado al espejo últimamente?
—¿La verdad?, no he
tenido tiempo, estaba demasiado ocupado intentando aferrarme a la vida, como
puede comprobar usted mismo.
—¿Me está usted tomando
del pelo?
—¿Cómo cree doc.?, claro
que no, yo le respeto. Usted es una persona formada, y bien formada. Aunque eso
sí, también un poquitín presumido ehhh, con su español raro de médico que nadie
entiende…, ¿a que usted habla así para que sus pacientes se sientan estúpidos a
su lado?, ¡a que sí!, puede admitirlo, ¡no le juzgaré!
—¡Vamos a ver!, ¿está
usted enfermo?
—Pues claro que sí, ¿Cómo
puede usted hacer semejante pregunta?, ¿Por qué quería yo, estar tumbado sobre
una camilla maloliente si no fuese absolutamente necesario?
—Es que usted no valora
su salud, estuvo ingresado aquí, y se fugó sin ninguna razón, ¿no quiere
ponerse bien?
—¿Cómo haces preguntas
iguales?, Claro que quiero curarme, ¿Quién no quería librarse de ésta tos
horrenda que me retuerce los pulmones? ¿Qué cree usted que he venido hacer aquí
si no es para buscar una solución a mi salud?, claro que quiero curarme. Pero…,
la verdad es que pedís lo absurdo: ¿Quién podría dejar de fumar?, ¡dime!,
¿Quién podría cometer semejante estupidez?
—¿Esto significa acaso,
que no puede dejar de fumar, aunque su vida dependiera de ello?
—¡Qué doctor más tonto
está usted hecho ehhh!, y lo digo sin ánimos de ofenderle, ¿no sabe usted que
todos moriremos algún día?, no importa si eres fumador o no, tarde o temprano
todos acabamos estirando la pata. La pregunta correcta seria: ¿Cuantos días me
quedan a mí?, esta es la cuestión que deberíamos plantearnos todos en cada
nuevo amanecer.
…
Seguro que, con aquella
respuesta, le dejé sin palabras, no volvió a decir nada sobre el tema, se quedó
mirándome estupefacto, conmocionado, como si sintiera lástima de mí.
—Te vamos a ingresar con
los internos— me dijo después, mientras iba caminando hacia la salida y
apuntaba algo en una libreta que sostenía en la mano.
…
Costó adaptarme a la
hospitalización de verdad. Durante los primeros días, no podía librarme del
pensamiento de que, fumar era mi razón de vivir, sentía que, haber ido al hospital
era traicionar mis principios y, que me mantuvieran encerado, era una violación
a mis derechos. A pesar del tiempo que había pasado, la boca me seguía sabiendo
a cenicero, los labios me seguían exigiendo el contacto con un cigarrillo.
Echaba de menos sacarme un marlboro de la cajetilla y encenderlo. Anhelaba este
momento de puro placer en el que enganchaba el cigarro con el pulgar y el dedo
corazón y le daba una calada, quemando al instante la mitad del pitillo. El
quejido de los pulmones me haría toser entonces y los ojos se me volverían
escarlatas, como los de un hombre de verdad, me sentiría fuerte e invencible.
Para celebrar el final del cigarrillo, inauguraría otro, con la esperanza de
que, este sí, sería el definitivo. ¡Qué momentos aquellos!
…
Habían pasado dos meses,
y yo seguía con la esperanza de que pronto me libraría de aquel calvario. Me
quedé estupefacto al recibir la noticia de que debía permanecer hospitalizado
durante los seis meses que duraría el tratamiento.
—El dinero que tengo ahorrado
cubrirá solo los dos meses ya consumidos— le dije a la enfermera con la que
estaba manteniendo dicha conversación.
—No debe preocuparse por
los gastos del hospital— me respondió, y yo pensé: —¿pero..., ésta niña está loca?;
¿Cómo no voy a preocuparme por los gastos?, ¿Quién lo hará si no?
—El tratamiento aquí es
gratuito y la hospitalización también— argumentó.
—Esto dices ahora, pero
cuando llegue el momento de darme el alta, ya me traerán una factura
millonaria, como hicieron con el primo del pueblo de un compañero de carrera de
la sobrina del amigo de un vecino que antes vivía en mi barrio.
—¿Qué tenía tu vecino? —
me preguntó irónica.
—No era mi vecino, he
dicho que era, el primo…
—Sí… sí, te he escuchado
la primera vez, ¿Qué enfermedad tenia? — repuso.
—Lo mismo que yo, ¿Qué
cree, que voy por ahí hablando con la gente de cosas que no me interesan?, al
estar enfermo tenía que informarme.
—¿Y en qué hospital
estaba?
—De eso ya no me acuerdo
eh…, pero me dijo que era como por parte de Camerún, por ahí, o eso creo.
—Pues…, no sé cómo son
los programas de estos países —me dijo—, pero aquí en el nuestro, el tratamiento
de la tuberculosis es gratuito, además de la hospitalización.
—Vaya por Dios santo,
déjese de mentiras, ¿quieres?, ¡déjese de mentiras! …, como ya eres parte del
sistema, ahora quieres convencerme, como un soso, para después despilfarrármelo
todo, ¿verdad?, ¿es eso?, ¡qué se podía esperar de alguien como tú!, es usted una
chupa sangre igual que los demás. Y yo que te pensaba diferente.
—¡Que no le estoy
mintiendo!, ¡le digo la purísima verdad!, es un programa del gobierno destinado
a ayudar a la población a luchar contra la tuberculosis, precisamente el
programa va dirigido a gente como usted.
—¿Acaso está usted intentando
decirme que las veces que escapé, porque no tenía el dinero para pagar el
tratamiento, eran inútiles, y yo ya estaría del todo curado si hubiese
continuado con la medicación desde el principio?
—¡Esto es justo lo que le
estoy diciendo!
—¡Vaya por Dios!, ¡qué mierda
de vida la mía!, ¿Cómo no informáis a la gente de cosas tan importantes?, si se
tratase de un anuncio de San miguel,
la pancarta estaría pegada en todas partes de la ciudad, con la letra bien
clara, inconfundible..., pero como es algo de salud, ¡qué más da, cuánta gente
muera en la ignorancia!, ¿verdad?, ¿es eso?
—Quédese tranquilo, ahora
ya lo sabe. Si cumple con el tratamiento, podrá irse sano y salvo a su casa,
sin ningún coste que salga de su bolsillo, ¿no es maravilloso?
…
¡Claro que sí! …, claro
que era maravilloso, ¿Cómo imaginar que aquella simple y pequeña charla,
pudiera servir para tanto?, Aquella enfermera resultó ser mi ángel de la guarda,
mi salvadora. A partir de este día, cumplí con el tratamiento que me daban los
médicos. En realidad, las cosas mejoraron bastante desde aquel día, después de
aquella charla amistosa, procuraba disfrutar más de mi estancia en aquel
hospital, intentaba disfrutar también de la comida que, al principio me parecía
asquerosa y repugnante, bueno, no era nada exquisita en realidad, pero se
acostumbra uno.
¡Ah!, aún no me he
presentado, ¿verdad?, mi nombre es Antonio María Nkisogo Mba Nchama. Y esta es
la historia de mi vida intentando escapar de la muerte, abrazándola.
…
Pero…, si termino de
contar esta historia sin mencionar mi infancia, mis padres se retorcerían en
sus tumbas, y seguro que salen antes de la resurrección para obligarme a redactarla,
esto, sería realmente espantoso.
Tuve una infancia
realmente feliz. Mis padres solo tuvieron un hijo, y a esa razón, me
sobreexpusieron a los más extremos límites del mimo y la mala crianza, se podría
decir que yo era el rey de la casa. Pero no por ello mi vida estuvo exenta de
dificultades. Desde muy pequeño, la rebeldía se manifestó en mí. A los doce
años, comenzó la etapa de mi adolescencia de la que, más me siento avergonzado,
y a pesar de los constantes castigos de mis padres, yo no cedí nunca, siempre
procuraba hacer las cosas a mi manera, y esta era la pesadilla de mi madre,
quien veía cómo su unigénito se perdía, salida tras salida, robo tras robo,
cárceles día y noche.
Mientras iba creciendo,
la situación se hacía cada vez más difícil para mis padres, ya no cabía en mi
cuello una correa que pudiera mantenerme sujeto, se podría decir que me había
desviado del todo y este fue el principio de todos los desastres siguientes.
Cuando tuve quince años, discutí
fuertemente con mi madre.
—¿Dónde sales? — me
preguntó un día, tras pasar una semana fuera de casa, regresé como si no pasara
nada, como si yo no hubiera hecho nada fuera de lugar y supongo que esto la molestó
bastante
—¡De por ahí! — respondí
indiferente
—No me des la espalda
cuando te estoy hablando—, gritó furiosa, al ver que me estaba yendo directo a
la cocina y, yo que solo quería beber un poquito de agua, pasé sin dar cuenta
de lo que me estaba hablando.
—¿Por qué me haces eso? —
preguntó conmocionada, te lo he dado todo, ¿Por qué ahora te portas como un
verdadero capullo conmigo?, si ya no me quieres, al menos respétame como tu
madre. Eres mi hijo, mi único hijo, y solo quiero lo mejor para ti,
¡entiéndelo!, pero…, puede que este fuese mi error, te he dado demasiadas
comodidades, te he malcriado.
—¡Qué bien que lo
reconoces tú misma! — murmuré
—¿A qué te refieres?, ¿Qué
es lo que has dicho?, ¡habla alto!, no parí a un delincuente murmurador,
necesito que seas mi hombrecito, si tienes algo que decirme, dímelo, habla
conmigo, soy tu amiga, ¿recuerdas?
—Déjalo mamá, estoy muy
cansado, me apetece dormir un rato
—En la casa que
construiste, ¿verdad?, ¡maldito deseducado!
—¿Y quiénes debían
educarme ah?, si soy un deseducado, seguramente sea porque no hicisteis bien
vuestro trabajo, ¿y quién tiene la culpa de eso ah?, ¿Quién?, ¡porque yo no! — grité
insensible, por un rato, vi cómo temblaban sus muñecas como si fuese a dejarse
caer al piso, pero yo seguía gritando más y más, hasta que me interrumpió:
—¡cállate!, ¡cállate!,
¡cállate!, ¡y sal de mi vista!, antes que te lance algo en esta cara de tonto
que llevas pintada en la frente — dijo a la vez que se brotaban de sus ojos
unas gotas de lágrimas, y yo cegado por mi estupidez, solo pensaba en que,
había ganado la discusión, y la había hecho daño como muestra de mi protesta
por sus estúpidos reproches, pero, lo que no me imaginaba, era el grado del daño,
ni las consecuencias que tendría.
—Solo deseo estar
tranquilo, vivir en paz, que te desaparezcas de una vez por todas, mi papá es
mucho mejor persona que tú, no está todo el tiempo regañándome— dije retirándome
a mi cuarto.
Entré a la habitación y
cerré la puerta con fuerza tras de mí, escuché sus gemidos ahogarse en su pecho
después. Seguramente estaba muy decepcionada conmigo, pero yo solo me dejé caer
sobre la cama, que el colchón me consumiera y me hipnotizara con el grandioso
poder que tenía sobre mí; y me sumergí en un profundo sueño de inmediato.
Un mes después de aquello, ella murió en un accidente,
el conductor estaba manteniendo una discusión por el celular, y no la vio a
tiempo. Me siento culpable por ello, era como si se hubiera cumplido mi deseo.
En un solo día, aquel conductor despistado, me arrebató a mi madre, a la única
persona que me amaba de verdad en el mundo entero, y con ella se murió todo mi
mundo. Se podría decir que perdí a mis dos padres en aquel mismo día, nada
volvió a ser como antes, y yo, nunca pude pedirla perdón.
…
Recuerdo el velorio, como
si fuese cosa de ayer, mientras veía a mi madre tumbada inerte sobre una mesa
situada en medio del bullicioso comedor. Todo el llanto, los lloriqueos, y las
lamentaciones, me seguían pareciendo parte una pesadilla de la que me
despertaría en cualquier momento, hasta que llegó la hora de ir al cementerio,
y yo, que hasta entonces pensaba que todo era parte de una mala broma, me despertaba
desesperado de mi letargo: —¿Cómo has podido abandonarnos?, —me preguntaba
entonces—, ¿Qué voy a hacer ahora sin ti madre?
Ayer llena de hermosura,
hoy solo un alma más, atrapada bajo la oscura sombra de la muerte, sombra que
te ha arrancado de mi lado y te ha conducido a la soledad más sombría, te ha
llevado a un vacío cósmico, a la nada. ¿Cuán injusta existencia?, ¿Cómo se mueren
las personas más buenas, llevándose consigo nuestro amor y dejándonos sin nada?,
¡dejándonos desesperados!, ¿Cómo nos dejas tan solos, tan desamparados?, ¿A
dónde te has ido que no puedes o no quieres regresar con nosotros?, ¿cuán
fuerte es la muerte que te mantiene retenida contra tu voluntad?, ¿Cómo no
luchas por volver a nuestro lado?
Preguntas vacías que se
retumbaban en el inerte corazón de ella, que rozaban ese oído suyo que ya no
escuchaba nada, que se había vuelto insensible a mis lamentaciones. Si solo
hubiera actuado distinto, si me hubiera portado bien, quizás ella seguiría viva,
y mi padre lo sabía, y con su mirada furiosa, podía ver que, me culpaba de todo,
lo sentía en mi corazón, se lo veía en el rostro.
…
El velatorio, la
defunción, y todo lo que conlleva despedirse de nuestros seres queridos, que
por cierto nunca es suficiente, había pasado volando, yo aún no me podía creer
lo que estaba pasando, mi madre se había ido para siempre, y ni siquiera había
tenido la oportunidad de despedirme. Se suponía que después de las ceremonias, me
sentiría mejor, nada más lejos de la realidad, recordar su sonrisa a cada
instante, era como tener una aguja abriendo paso hacia mi corazón, dolía cada
flas de recuerdo, cada foto, cada detalle que me recordara a ella, todo era
como estar viviendo una pesadilla, no lo soportaba, sigo sin soportarlo.
Para escapar del dolor,
les culpé a todos, al conductor, porque, por su despiste y por su falta de
profesionalidad, ahora me había quedado huérfano; a mi padre también, no sé muy
bien por qué, pero le culpaba a él; les culpé a los parientes de mi madre,
porque enseguida se repartieron todas sus cosas, como si hubieran estado
esperando a que pasase algo parecido, era como si tuvieran algo que ver. Le
culpaba también al hospital, ¿Cómo no pudieron reanimarla?, ¿para que servían
si no podían devolverme a mi madre?, ¿si no podían curarla?
Todos eran culpables de
mi aflicción, incluida mi propia madre, a ella también la culpaba por
abandonarme, por irse…, por todo.
Pero, a la persona que
más culpaba, era a Dios, sobre todo al escuchar al sacerdote decir que era su
voluntad, y que mi madre ahora estaba en su reino, ¿Cómo es que la arrebata de
mi lado para llevarla a donde ni siquiera la necesitaban?, tanta gente que tiene,
¿tenía que llevarse también a mi madre?, ¿Cómo que era su voluntad dejarme tan
solo…, tan desamparado?, les culpaba a todos y en su tiempo, les haría
pagármelas todas.
…
Mi padre era el más
afectado por aquel desastre, en mi opinión. Gimoteaba como un bebé desamparado,
buscando apoyo en los brazos de sus hermanos, y para ellos, no había una forma
mejor de consolarle, que ahogarle, cigarro tras cigarro, hasta que cubierto por
un manto de humo, perdía la noción del tiempo, perdía la razón del llanto, y
por unos minutos podía presumir de olvidarse del momento, olvidarse del
sufrimiento y solo dejar que la nicotina hiciera su magia, solo disfrutar de un
pitillo más, uno que le desconectara de su mísera existencia.
…
Las primeras semanas,
fueron las más difíciles, hacerme a la idea de que ella ya no estaba, era algo
imposible, la veía por todas partes, la sentía presente en cada momento, algo
en mi corazón me decía que no se había ido, que seguía entre nosotros
intentando decirnos que no siguiéramos tan tristes, y mi padre, que ya venía
fumando desde siempre, tras la muerte de mi madre, se refugió aún más en el
placer de dejarse hipnotizar por el humo de un cigarro, al menos así, podía
sentir el calor de algo. Y cuando esto no fue suficiente, comenzó a beber. Semanas
enteras, encerado en casa, botella tras botella, a veces acompañado por algún primo,
otras veces por algún vecino, pero casi siempre solo. Pasó de las cervezas al
alcohol puro, licores de todo tipo, se podría decir que se olvidó de las
obligaciones morales de higiene como persona, y se olvidó también, de las
obligaciones de padre que tenía para conmigo y eso empezó a preocuparme.
—Papá— le dije una
mañana, cuando le pillé sobrio, —no digo que esté mal guardar luto por la pérdida
de tu esposa, que por cierto también es mi madre…, bueno, era…
—Ve al grano chaval, si
no quieres que te rompa un diente tan temprano— dijo interrumpiéndome, se sentó
en el mismo sofá sobre el que había vomitado la noche anterior, cogió la
botella de anís medio vacía que se encontraba sobre la mesa y en un solo trago,
casi la vacía del todo al instante.
—Quería decirte que—
continué— puedes pensar en mi de vez en cuando, ¿sabes?, yo sí sigo aquí y
estoy vivo; y por cierto me estoy muriendo de hambre, gastas todo el dinero en
cigarros y en bebidas, ¡esta no es forma de vivir!
—Muchacho…, será mejor
que cierres tu sucia boca, tu santa medre, ¡que Dios la tenga su gloria!, era
buena y se preocupaba por ti, te lo procuraba todo, y mira como se lo
agradeciste. La tuviste en constante angustia, y mira que la dije que eso no
era bueno para su salud, mira que se lo advertí, ¡oh querida!, ¿Cómo no me
escuchaste?, ¿Cómo no disfrutaste de la vida mientras la tenías?, ¡por qué…!
¿Por qué no dejaste que el estúpido este, desagradecido, viviera su mierda vida
como mejor le pareciera?
—¡Pero papá!
—Pero nada hijo, no uses
a tu madre como excusa para darme lecciones, ¡tú no!, ¿tú vas a darme lecciones a
mí?, ¿ah?, yo soy tu padre, sé lo que me hago, y no me vendas con esas, no
quieras decirme como debo llorar a mi esposa, tú fuiste el desastre en nuestras
vidas…, ¡Lo siento!, no quería decir eso…, pero tampoco me provoques, ¿sí?,
tienes razón, tú eres mi responsabilidad ahora, y también tengo una obligación
contigo, te prometo que nunca lo olvidaré, solo te pido que dejes que pueda
despedirme de mi esposa a mi manera — aseguró—, pero al final acabó
olvidándolo. Y yo que pensaba que el luto de mi padre era un problema, viví lo equivocado
que estaba en propia carne cuando decidió retomar su vida de hombre. Trajo a la
casa una nueva mujer, Sandra se llamaba, si las brujas existieran, aquella
mujer sería una, sin lugar a dudas.
Si mi padre ya me tenía
abandonado desde que se murió mi madre, al llegar la madrastra, se olvidó
completamente de mí, oficialmente me había quedado huérfano y desamparado. Y
otra persona ocupaba mi trono.
Los primeros días que conviví
con mi madrastra, fueron una maravilla, momentos de inmensa felicidad, casi se
podría decir que me conquistó con sus excesivas muestras de carriño, me
mantenía contento, incluso llegué a pensar que ella era mejor que mi madre, me
dejaba hacer lo que quisiera, me apoyaba cuando mi padre me regañaba, en
definitiva, era una loba en piel de oveja.
Pero al traer a sus tres
hijos, el trato conmigo cambió, su amabilidad se convirtió en regañidos
constantes, su rostro, que antes estaba siempre sonriendo al dirigirse a mí, se
convirtió sin más, en el espectro de mis pesadillas; en menos de un año, me
había convertido en una especie de esclavo contemporáneo. Todas las tareas de
la casa se habían recaído sobre mí, se habían olvidado completamente de mis
estudios. Mi padre, la única persona que me quedaba en la vida, prefería verme
sometido a latigazos, antes de volver a perder a su mujer.
Mi cuarto pasó a
pertenecer a sus hijos, y yo pasé al comedor, mis ropas, mis juguetes y todo lo
que antes me pertenecía, pasó a pertenecerles a ellos, se había iniciado una guerra
y yo no tenía ni aliados ni armas, estaba a pelo, luchando contra un enemigo más
fuerte que yo; y más importante aún, uno que se había adueñado del arma más
potente del que disponíamos, el amor de mi padre.
…
Si continúo hablando de
mi infancia, me temo que pueda conmocionar el corazón de mi querido lector, y
esto haría que se ponga triste, nada más lejos del objetivo de mi relato, así
que, mejor volvamos al momento de mi hospitalización.
…
Había pasado, sin ni
siquiera darme cuenta, el primer trimestre, mi comportamiento había mejorado
bastante, no me quedaba de otra que someterme al nuevo sistema, donde debía
quedarme encerado en dicha sala, sin salir fuera, sin disfrutar de la brisa de
las tardes, y lejos de donde podía deleitarme con el sabor de un cigarro, uno
que me hiciera olvidar el tedio de estar encerrado. Y como si fuera poco, la
jefa de las enfermeras le había echado ojo a nuestra habitación, la sala de
solo cuatro ocupantes era el objetivo de constantes acusaciones de su parte.
Recuerdo de manera muy especial, el día que nos negó la medicación. Muchos
vecinos nuestros, —si es que se les puede llamar de esta manera— habían salido
a mirar un partido de futbol en la noche anterior, y como ya nos tenía en el
punto de mira, nos cargó la culpa a nosotros, una mujer realmente tremenda.
Vi cómo se abrían sus
ojos mientras furiosa se dirigía al grupo de cuatro hombretones que venía, como
las mañanas anteriores, a recibir la dosis que nos tocaba, se podría decir que
nuestros vecinos del pabellón de los enfermos de sida, escuchaban con claridad
las furiosas palabras de aquella Dama de Hierro. Quizás mi largo historial de
fugas fuese el detonante de dichas sospechas, no lo sé seguro, pero aquel día,
lo pasé con los nervios a flor de piel, ya que, no debíamos pasar una sola
jornada sin tomarnos la medicación, con el riesgo de que empeorara nuestra
salud, y la mía, por cierto, no había mejorado mucho.
…
Había pasado una semana
desde aquel incidente, las cosas aparentaban normalidad, pero nada en realidad
era normal, estar encerrado en una sala con otras tres personas, no era nada
divertido, cuando el viejo Juan, que era el hombre con más edad entre todos,
empezaba a contar sus historias, era un suplicio total, en muchas ocasiones
desee una muerte más rápida, ya que sus cuentos de viejo chiflado, se
encargaban de arrebatarme la vida lenta y dolorosamente. Los otros dos
ocupantes habían llegado después de mí, Paco de unos dieciséis años
aproximadamente, no lo sé seguro, nunca se lo pregunté. Y Felipe, de unos
veinticuatro años.
Paco era el más raro de
todos, no tengo el recuerdo de aquel muchacho sonriendo durante el tiempo que
compartimos juntos, era como si no necesitara nada de nadie. Y mientras Felipe,
el viejo Juan y yo, charlábamos sobre las cosas que pasaban en el mundo
exterior, tras un telediario de Asonga televisión, aquel muchacho extraño, o
estaba leyendo un libro que no tenía nada que ver con las clases, o estaba
manejando un teléfono igual de raro que él. El aparato era tan grande, que no podía
sostenerse con una sola mano, siempre me pregunté cómo lograba contestar las
llamadas en este cacharro, pero luego Felipe me explicó que se trataba de una
tableta, y que no necesitaba una tarjeta sim, —¿quién quería tener un celular
sin sim? — los niños de ahora con sus cosas raras.
El día había amanecido prometedor,
el sol se había asomado a nuestra ventana cristalizada desde las primerísimas
horas de la mañana, y mientras fuera hacía un calor infernal, propio de un día
normal en Bata, dentro de la sala en la que estamos tumbados el habiente estaba
climatizado, relajante y suave. Si no fuese por el viejo charlatán y el
muchacho raro ese, que casi nunca decía nada, se podría decir que era un día
perfecto.
—¿Qué haces con tantos
cojines? — preguntó juan dirigiéndose al muchacho, cuya pequeña cama, como las de
todos, se veía más voluminosa por el exceso de almohadones que había en ella,
los tenía por todas partes, algunos para la cabeza, otros para los pies…, en
fin, ya dije que era muy raro.
—Son para estar más
cómodo, —respondió el muchacho, con un cierto toque de arrogancia— es que se me
cansa el pecho cuando estoy tumbado— siguió sin ni siquiera apartar la mirada
de la pantalla del chime este con el que estaba jugando casi siempre.
—¿No te enseñaron a
mirarle a los ojos a los mayores cuando te hablan? — le interrogó Juan, —¿estás
todo el tiempo leyendo libros, y no has aprendido que hay que mostrar respeto a
la gente de la misma edad que tus padres? ..., y pensar que vosotros sois la
futura generación, si el futuro de este país depende de vosotros, lo más
probable y seguro es que no habrá futuro, echareis a perder al país con vuestra
arrogancia de mierda.
El viejo juan hizo una
breve pausa, fijó su mirada en aquel joven que, a pesar de que, cuando llegó al
hospital estaba flaco…, muy flaco, como todos nosotros, ahora su cuerpo estaba
más hinchado del montón de líquido que se le metía con los sueros, tres veces
al día se los metían, en ocasiones, cuando se cansaba de mantener la mano
inmóvil, tumbado sobre la cama para que terminase de bajar el líquido, la movía…,
seguramente sin querer, lo cual provocaba que la sangre abriera paso por la vía,
se escandalizaba entonces para que vinieran las enfermeras. Pero esto pasaba, especialmente,
cuando estaba de guardia la enfermera más joven y seguramente la más guapa del
pabellón.
Por más que juan le
miraba y por más energías que derrochaba hablando con él, el joven seguía sin
hacerle caso y eso le frustró al viejo, dejó de dirigirse al muchacho, para
dirigirse a mí:
—Si esto es lo que nos
ofrece nuestro país para el futuro, estamos perdidos, ¿no crees? —, introdujo,
ansioso por desarrollar sus ideas sobre el tema.
—Es joven, y en esta edad,
se ven las cosas con otros ojos, y los muchachos se creen que saben más que los
viejos, sobre todo con las nuevas tecnologías, y es por eso que, se portan de
una manera muy rara. seguramente dentro de cinco años o quizás diez, será más
respetuoso, y habrá aprendido que los mayores saben más y por eso se les debe
respeto, créeme, te lo digo por experiencia propia.
—Lo que pasa…, y te lo
voy a decir bien claro, es que los padres de ahora malcrían a sus hijos, —me
dijo—, ¿has visto sus manos?, te puedo asegurar que este niño no ha ido a la
finca nunca en su mierda de vida.
—Ehhh, ¡no insulte!, ¡qué
clase de viejo es ese!, — interrumpió Paco
—Baya, pero si habla y
todo— señaló Juan burlándose.
—Lo entiendo muy bien, —
le dije —, lo que pasa, es que, ellos creen que, en los nuevos tiempos, los
niños no necesitan aprender cosas como ir a la finca, pescar, armar trampas por
el bosque, construir cestas..., cosas con las que nos divertíamos de pequeños,
y por eso hemos crecido fuertes, saludables y disciplinados. Ahora, un niño de
esta edad, le hablas y no te responde, porque está concentrado en su teléfono. Mi
padre…, ¡que en paz descanse!, me infundió profundo respeto hacia los mayores,
y a pesar de sus muchos defectos, al menos en eso hizo algo bueno.
—Ya, no entienden que, al
adoptar la cultura extranjera, dejan morir a la nuestra, y no digo que esté mal
que los niños aprendan el uso de las nuevas tecnologías, pero llegar al extremo
de dormir con el celular pegado a la cara, la cabeza sobre cinco almohadas y
las piernas sobre otras cinco…, esto es mala crianza, en mi humilde opinión.
—Ehhh, ¡que os estoy
escuchando! — intervino el joven de nuevo, al mismo tiempo que Felipe se
retorcía en su cama con la risa, esta misma risa que no tardó en mezclarse con
una frenética tos, parecía que fuese a vomitar la mismísima tráquea.
—Nuestros abuelos, que
Dios los tenga en su gloria. Tenían un mecanismo para saber si un chico sería
un verdadero hombre, — dijo el viejo juan interrumpiendo la risa de Felipe, —
cuando un chico iba para pedir la mano de su hija, cogían al muchacho en cuestión,
y le llevaban a un lugar apartado, le hacían unas cuantas pruebas, si el muchacho
era fuerte, le entregaban a la hembra que quería, pero si no servía para nada,
ponían en una nota “SP” (solo para hacer pis), y se la entregaban a sus padres—
hizo una breve pausa, y mirando al
muchacho que había vuelto a perder su atención, dijo: —seguramente si se le
hace dicha prueba a este muchacho, tendríamos aquí mismo a un SP confirmado—
nos pusimos a reírnos nuevamente Felipe y yo. Y Paco, de cuyo pellejo nos
estábamos burlando, le miró con un brutal deseo de decir algo grosero para
ofenderle, pero se contuvo.
—No os riais, este es un
asunto muy serio, tú imagina que le das a tu hija en matrimonio a este
muchacho, y es un jodido SP, y tu hija que, quizás se enamoró de él por su
bonito rostro, y su inteligencia, se decepciona cuando le prueba en la cama, y
no se satisface. ¿Qué crees que pasaría entonces?, seguro que por eso hay mucha
infidelidad hoy en día. En nuestros tiempos…, ¡vaya momentos!, te casabas con
una mujer, y la mantenías tan contenta que, a pesar de los maltratos, y la
pobreza que había, ella seguía contigo, porque estaba satisfecha y complacida,
y ahora estos masturbadores que empiezan a mirar pornografías desde antes de
conocer a una mujer, cuando llegan a estar con una de verdad, en tan solo dos
minutos ya han eyaculado, ¡perezosos!, ¡inútiles!, ¿y qué esperarías de una
mujer encendida de pasión, como lo eran las nuestras?
—Pues que vaya a buscar
fuera lo que no tiene en casa seguramente— le respondí, creyendo que así le
daría fin a aquella conversación, que se estaba pasando ya diez pueblos, pero
en vez de eso, la encendió aún más.
—Exacto, a eso me refiero—
dijo a continuación—, y por eso se escucha que unos jóvenes que se casaron hace
poco, hoy ya quieren divorciarse, el país está lleno de jóvenes que solo sirven
para hacer pis y, de maricas de mierda que no sirven para nada en lo absoluto y…,
seguro que este inútil, encaja las dos cosas— afirmó irónico, pero Paco ya no
podía escucharle, pues se había puesto los cascos con la música a tope, para no
tener que seguir soportando sus insultos.
—Pero Juan, ¿crees que
este sea un motivo valido para romper los votos que hiciste ante Dios, y
cometer adulterio? — quise saber.
—no digo que sea correcto
este comportamiento, pero, la verdad es que, todos necesitamos satisfacernos, y
las mujeres incluidas, y de una manera u otra, nuestros instintos nos conducen
a ello.
—La verdad es que no te
entiendo, ¿qué intentas decirme?, ¿acaso estas insinuando que la infidelidad
está aprobada solo para satisfacer el apetito sexual?
—No, en lo absoluto, solo
digo que es la razón por que, generalmente los matrimonios se acaban separando,
tu imagina que ella no está satisfecha contigo, y luego va y prueba a otro que
la satisface bien, ¿crees que quera continuar contigo?, o si lo hace, ¿crees
que seguirá queriéndote?
—Perdón por la
insistencia, pero lo que yo no entiendo es por qué va a sentir la necesidad de
probarse a otro, si cuando os casasteis hicisteis la promesa de fidelidad,
hasta que la muerte os separe.
—Antonio amigo mío,
parece que vives en un cuento de hadas, ¿has visto a alguien que cumpla este
voto?, si en muchas ocasiones, en el momento que se hace esta promesa, uno de
los dos tiene su mente pensando en el amante que, seguramente esté entre los
invitados.
— ¿Esto es que el
matrimonio es una falsa?
—yo no he dicho tal cosa,
solo digo que, en un matrimonio, habrá que haber satisfacción mutua, tanto
económica como física, que son lo más importante en la vida, sin eso, la vida
útil de esta unión tendrá una fecha de caducidad muy corta.
…
El día había pasado
rápido, con la acalorada discusión de mis compañeros, no nos habíamos dado
cuenta del rápido consumo de las horas, bueno…, en realidad el viejo discutía y
Paco procuraba ignorándole lo máximo posible. La rutina de la medicación, que
en ocasiones se traían a media noche, había pasado también, y me encontraba ya,
dispuesto a disfrutar de un largo sueño, que como siempre, se acortaría con
alguna enfermera cambiándole el suero al chico mimado, la segunda cabezada no
duraría nada, y ya sería hora de la primera medicación de la mañana, lo mismo
de siempre, todos los días, había sido la rutina de nuestro día a día en
aquella sala del pabellón de TBC [1]
del Hospital Regional de Bata.
Me encontraba tumbado
sobre mi cama de una sola plaza, que resultaba media plaza para mí,
reflexionando en los errores que me habían traído a este momento. Aún no se me
habían apagado las ganas de fumarme un cigarro, al menos no del todo, en
ocasiones sentía la tentación de salir del hospital, visitar el Mercado Grande
que se encontraba justo al lado, comprarme una cajilla de cigarrillos e irme al
Paseo Marítimo o quizás a la Plaza del Reloj, y allí, fumármela entera, ¡a
quién quiero engañar!, nunca dejaré de fumar, al menos hasta que ya no me quede
aliento.
Enseguida caí en la
cuenta de que fumar es precisamente la razón por la que mi vida había resultado
tan desdichada. Pero, ¿quién podría librarse de una herencia familiar tan
ancestral?, ¿cómo podría combatir contra algo que corría por mi sangre?
Recuerdo al primo de mi
padre retorcerse sobre su sofá favorito, este que se encontraba siempre al
frente del televisor. Se le había diagnosticado un cáncer en la laringe, y a
pesar del deterioro que sufría su salud, seguía extinguiendo más de dos
cajillas por día, era penoso verle intentando digerir una simple sopa caliente,
y más penoso aún, observar la baba que se bajaba por el mentón, mezclándose con
la descuidada barba que había acumulado tras dos años sufriendo de tan
desagradable mal, su boca que, se había inclinado como si fuese un defecto de
nacimiento, temblaba siembre que quería decir algo, y su voz, esta que antes
imponía respeto, ahora sonaba a una criatura mítica de una película de dibujos
animados.
Cuando mi padre y su
primo se juntaban para compartir algunos minutos, que fácilmente se hacían horas,
parecían dos fumigadores del proyecto “Lucha
contra el paludismo”, aunque luchaban más bien contra su salud y la de
todos los que les rodeaban, como siempre avisaban las cajillas. Y el salón se
cubría entonces de humo, mucho humo, y esto hacía difícil distinguir las
imágenes de la televisión, que de por sí, ya tenía problemas de imagen, a causa
de la poca señal que recibía, solo se diferenciaba con claridad la tímida luz que
emitía esta, filtrada entre el humo.
Se había avanzado la
noche bastante, y yo seguía intentando reconciliándome con el sueño, con la
mirada fija en el joven Paco que, recientemente había sido intervenido por una
enfermera para cambiarle el suero y se encontraba ya en un profundo sueño,
¿Cómo lo ha conseguido tan pronto?, me pregunté. Cerré los ojos con fuerza para
ver si así conseguía dormir, no lo conseguí…, seguí contando ovejas, tumbado
sobre aquella fría cama, fría como lo que representaba mi propia existencia, y
el mucho pensar hizo brotar unas gotitas de lágrimas de mis ojos, quizás por
acordarme de aquellos dos hombres que en su momento fueron los héroes de mi
vida, y ahora se encontraban muertos por aquel mismo vicio que me tenía
ingresado en aquel hospital, o tal vez, por el flas de imágenes de mi madre,
que veinte años después de su muerte, seguía teniendo cada día, todos los días.
Abrí los ojos nuevamente,
ya me dolían de tanto apretarlos, me levanté de la cama posando lentamente los
pies en el suelo, busqué mis chancletas de baño con los pies, sin acudir a la
acostumbrada ayuda de la vista, la mente las identifico enseguida, y sin pensar
con claridad, me las puse, me levanté de inmediato y me dirigí al único cuarto
de baño que compartíamos los cuatro, me puse debajo de la regadera de agua y dejé
que las frías gotas de este líquido cristalino me hipnotizaran, induciéndome al
sueño de inmediato. Ni siquiera me acuerdo de cuando me fui a la cama.
…
—¡Que se despierte todo
el mundo! — exclamó una voz femenina desde la puerta…, ¡Qué digo femenina!, era
tan imponente que sonaba más masculina que la mía. Enseguida caí en la cuenta
de que se trataba de la Dama de hierro, aquella señora cuya sola presencia
infundía profundo miedo en los corazones de todos los enfermos del pabellón, e
incluso de los médicos y enfermeros más jóvenes. Mis compañeros y yo nos
pusimos de pie como almas que se lleva el diablo, no podíamos permitirnos que
se volviera enfadar contra nosotros, a no ser que quisiéramos pasar un buen
tiempo sin recibir la escasa ración de alimentos, que cada día escaseaba más.
—¿Qué habremos hecho ahora?
— susurré dirigiéndome al viejo Juan, él me miro igual de asombrado, y elevando
los hombros en un gesto coordinado, me indicó que ignoraba la razón de la
visita matutina de aquella señora.
—¡Estáis aquí!, —dijo
ella en seguida—, con vuestras enormes panzas, comiendo y bebiendo gratis y,
por si fuera poco, os pasáis los días tumbados sobre estas camas malolientes de
las que ni siquiera os preocupáis por lavar las sabanas. Y como buenos
sanitarios que somos, soportamos vuestros malolientes alientos al traeros los
medicamentos; y las mozas…, pobrecitas, son las que más sufren de todo este
calvario infernal, limpian vuestros asquerosos vómitos, friegan el asqueroso
suelo, y limpian los baños, estos que parecen salidos de una película de terror
al amanecer, pero cuando os levantáis, ¡qué maravilla!, están más limpios que
las fuentes del Edén, ¿y nos quejamos por todo ello?, ¡no!, claro que no nos
quejamos, seguimos viniendo todos los días, tanto médicos, enfermeros, e
incluso las mozas, a cumplir con nuestro deber, ¿y nos lo agradecéis?, por
supuesto que no, os encargáis de esparcir chismes a vuestros familiares, que
llegan a oídos de sus amigos…, una larga cadena que después llega a nuestros
superiores hasta que deciden organizar una inspección sin avisar. Pues ya que
estamos con estas, os pondréis de pie, las mozas, como siempre han venido
haciendo, cambiaran las sabanas, os daréis una ducha y cambiareis de ropa, y
cuando llegue la cometida, estaréis en
silencio y responderéis, recordando que, no estamos obligados a venir aquí,
pero aquí estamos, todos los días y…, estamos porque decidisteis carbonizar
vuestros malditos pulmones, y no quisisteis recibir el tratamiento a tiempo, y
algunos incluso os escapasteis de aquí en varias ocasiones, y nosotros tenemos
que pagar con nuestra libertad, vuestras mierdas de errores, no podemos
disfrutar ya de nuestras camas en las noches frías, ni podemos abrazar a nuestros niños cuando se
van al colegio, ni mucho menos despedirles con un beso, como hacen algunas
madres; y por supuesto, no podemos prepararle la comida a nuestros maridos. A sí
que seréis agradecidos por una vez en vuestras mierdas de vida y mostrareis
respeto, hablando solo cuando os lo pidan y en el caso que os lo pidan, decid
solo aquello que no nos comprometa, porque sería un grave error decir una
tontería, — hizo una breve pausa y mirándonos con esta misma cara de
repugnancia que la caracterizaba, nos preguntó: —¿me habéis entendido bien? — y
como si fuésemos reclusos del corredor de la muerte, respondimos con un solo sí.
Aquella señora tenía el
súper poder de alterarme los nervios, y siempre que se acercaba a nuestra sala,
era para amenazarnos con alguna cosa, o acusarnos de alguna otra, era nuestra
pesadilla.
…
El pabellón de TBC, a
pesar de formar parte del gran complejo del Hospital Universitario de la ciudad
de Bata, es una institución al margen del mismo. Y aunque es natural
confundirlo, por su estructura uniforme, tiene una directiva autónoma, con un
laboratorio propio. Su localización al lado de la cocina, y su cercanía tanto
del laboratorio general como de la facultad de medicina de la Universidad
Nacional de Guinea Ecuatorial, hacía que nos sintiéramos afortunados. Yo que,
no había hecho ni siquiera la secundaria, casi me sentía universitario. Se
podría decir que nos encontrábamos situados en el lugar perfecto, salvo por la
excesiva cercanía de la morgue, que nos recordaba, casi todos los días, cuando
algún familiar venía a retirar un cadáver, que cualquiera de notros podría ser
el siguiente. Pero, si se diera el caso, ¿Quién retiraría el mío?...
…
La estructura rectangular
de aquel edificio de dos plantas, tiene una belleza espectacular, especialmente
cuando se te trae tumbado de espaldas sobre una camilla, que a pesar de saber
que es una persona quien conduce la cama esa con ruedas, tú sientes que vas
flotando, ligero, sin fuerzas, y casi podrías ver la luz al final del túnel, al
abrirse las puertas que dan acceso al pabellón.
El enorme edificio está
dividido en dos bloques, los dos, separados a la mitad por un espacioso pasillo.
El bloque “A” que queda a la derecha del pasillo, está asignado a las mujeres,
mientras que el otro, denominado, bloque “B”, es para hombres.
Se podría decir que
disponíamos de nuestro propio coro, a toda hora se escuchaban las entonaciones
de la única canción que no necesitábamos aprender la letra, nos salía natural e
involuntaria, la tos que iba acompañada de quejidos, sonaba casi rítmica. Y
mientras doña Dama de Hierro nos impartía sus sabias orientaciones, entre
reproches e insultos, por todo el recinto rezumbaban los tosidos de aquellos
hombres y mujeres e incluso niños, que solo querían que pasasen los seis meses
volando, para poder regresar a sus casas, y disfrutar como mencionaba la señora
esta, de la compañía de sus seres queridos, cosa que, al parecer, ella no tuvo
en cuenta al sermonearnos y recordarnos que, si estábamos ahí encerados, era
por nuestra propia culpa.
…
Habían pasado cinco horas
desde que las mozas cubrieron nuestras camas, poniendo sobre nuestras sabanas,
otras de aspecto más pulcro, nuestros distinguidos huéspedes tan esperados se
estaban tardando, algunos de nuestros jóvenes médicos y enfermeros, impacientes
ya por la tardanza, fueron a desahogarse con la terapeuta más barata que
existe, bueno, para muchos, la única que conocen, sobre todo en nuestra
queridísima ciudad, donde puedes encontrar a niños de no más de quince años
sentados en un bar, con la mesa llena de botellas vacías de cervezas. Estas que
al cabo de un rato le hacían a uno decir todo cuanto le molestara de su
compañero, cosa que, siempre acabaría en un conflicto.
Y mientras nuestros
queridísimos sanitarios se embriagaban, cerveza tras cerveza, la cometida
formada por el ministro de sanidad, el delegado regional de sanidad, el
director general del hospital regional, el director del TBC y de más miembros
del gobierno, acompañados, por cierto, de algunos europeos, seguramente
financiadores del proyecto, llegó al hospital.
Los jóvenes que, se
habían ido a un bar en Ndjon-melen, un barrio situado en las cercanías del
hospital, tuvieron que regresar con la prisa de un relámpago, aunque esto no
les libraría de la furia de la Dama de Hierro.
El espectáculo que
montaron aquellos jóvenes en aquel día, es digno de llevarse al teatro, sus
intentos por mantener el semblante sobrio y serio, se frustraban cada vez que
tosía alguno de los enfermos, cuya manifestación de la enfermedad les daba el
aspecto más raro que puede llegar a imaginar nuestro querido lector, su estructura
desfigurada era como sacada de una película de terror. Algunos, con alguna glándula
hinchada, otros con una joroba en la espalda e incluso los había los que tenían
un gran tumor en el cuello, aquella escena cómica era como estar viviendo una
representación de una obra del grupo teatral Biyeyema.
…
El viejo juan era bueno
enlazando historias, sabia como transformar el inocente silencio de Paco en una
gran historia con alguna anécdota moralista. Y tras enterarnos del castigo que
les había impuesto la Doña a aquellos jóvenes, el viejo decidió contarnos una
historia al respecto.
—Yo era maestro antaño,
¿sabéis? —dijo—, uno muy bueno, y entre los distintos destinos a los que fui
asignado, recuerdo con especial cariño, al de Alén-Angok, un poblado situado
por haya, en la ruta que enlaza Ebibeyin con Mongomo, un hermoso poblado la
verdad. Recuerdo la primera vez que llegué allí. El polvo se levantaba del
suelo amarillento, excitado por la suave brisa que soplaba. Las casas, si es
que se podían considerar como tales, se extendían a ambos lados de la carretera
de gravillas y tierra roja que permitía a los lugareños desplazarse a las
grandes urbes.
El recinto escolar, en
todo su aspecto selvático, en el que, por cierto, trabajaría, era también de
una belleza espectacular, rodeado de algunos arbustos mezclados con alguno que
otro platanar, se encontraba el edificio de dos habitaciones que serviría de
escuela, una bandera colgaba del patio, la cual, en todo su aspecto polvoriento,
no permitía diferenciar los colores nacionales. La gente por otra parte, era un
asunto distinto, los niños, hermosas criaturas de Dios, estaban cubiertos de
polvo de los pies a la cabeza, la única zona que resaltaba un brío extrañamente
peculiar, eran los labios, que estaban todo el tiempo, cremosos, parecían tener
un protector labial permanente. Los cinco primeros con los que me encontré
jugueteando por la calle, se animaron con el ruido del coche y se lanzaron como
si quisieran abrazarlo, el pobre conducto, que ya estaba acostumbrado, bocinaba
entonces como loco, y ellos volvían corriendo hacia sus casas, pero eso no fue
lo único en lo que me fijé. Sus vientres…, ¡por el amor de Dios!, parecían
globos hinchados que se podrían romper con el solo contacto de una aguja.
Las piernas también eran
otra historia, todos parecían gemelos, con aquella posición, como de patito
feo, que tomaron, luego de que se fueran a parar de espaldas a la pared de…,
seguramente, la casa de sus padres. Después supe que era por las niguas, pobres
criaturas inocentes. Los había los que tenían niguas, otros que tenían tiñas;
otros, sarnas, y los más desafortunados, tenían todo aquello unido, yo les veía
y podía sentir su dolor en mi piel.
Los padres cuando regresaban
de sus fincas, cazas y demás actividades que solo ellos podían realizar, me
recibieron igual de asombrados que sus hijos, aunque con más entusiasmo. Llevaban
largo tiempo esperando que se les asignara un nuevo maestro, después de que, el
ultimo se haya marchado sin despedirse, hacía algo más de cinco años.
El jefe del poblado me invitó
a su Abaá[2]
aquella misma tarde, y allí conocí a todas las familias del lugar. Y
entre ellas, estaba una especialmente peculiar, en aquella familia, el hombre
realizaba las tareas de mujer y la mujer las del hombre, exactamente igual que
nuestra queridísima Dama de hierro, — señaló.
Los niños, estos que no
sabían hablar el español ni un poco, con el tiempo, aprendieron a decir
palabras sueltas, aunque mal pronunciadas, su español carente de vocabulario,
lo mezclaban con el fuerte Ntumu[3]
con el que estaban habituados, y así me contaban las historias de los
lugareños, y de aquella extraña familia me contaron que había ocasiones que la
mujer, le propiciaba a su marido tremendas palizas, incluso en público. Hay
mujeres, —dijo a continuación—, que nacen con un espíritu de hombre, y por eso
tienen un comportamiento tan fuerte. Pero lo que sí me gustaría saber en todo
eso, es que, si cuando un hombre inflige alguna agresión contra una mujer, esta
le lleva a la promoción de la mujer. Cuando es lo contrario, como en este caso,
¿dónde debe ir el hombre?
Yo personalmente no tenía
repuesta para esta pregunta, —¿a la policía? — sugerí
—Chico, llévale a tu
mujer a la policía y allí mismo, te empiezan a dar otra paliza, además de las
burlas, “mariquita”, te dirán. Yo creo que no es una opción.
—¿Entonces que debería
hacer un hombre en dicha situación? — quise saber.
—En primer lugar, — dijo
a continuación, —un hombre que se cree hombre de verdad, no debe dejarse
dominar por su mujer
—En eso no estoy de
acuerdo contigo— le dije, —las mujeres siempre han dominado a los hombres, a su
manera, pero siempre lo han hecho.
—Amigo Antonio, no digo
que no tengas razón, pero en público, al menos debes mostrar que tú eres quien
tiene los pantalones en el hogar. Lo más raro de aquella familia, es que, la
mujer fue quien dio la dote al hombre, ¿qué clase de hombre permite ser doteado
por una mujer? española
…
Era por la tarde, y como en
las tardes anteriores, desde que nos sentimos con fuerzas para salir a tomar
aire, nos encontrábamos reunidos fuera, en el pasillo que enlazaba nuestro
pabellón con el laboratorio, el viejo juan como siempre, nos tenía entretenidos
con sus muchas historias, mientras algunos solo queríamos evitar reírnos
demasiado, que no nos hacía ningún bien. Estábamos reunidos en un círculo, un
grupo de cuatro personas, dos hombres y dos mujeres, de algunos de ellos ya ni
me acuerdo. La atmosfera estaba cargada como si fuese a empezar a llover en
cualquier momento, hacía frio…, mucho frio, y algunos de nosotros llevábamos
puestos unos jerséis para calentarnos, uno de nuestros acompañantes no paraba
de soltar chistes sobre días como este en compañía de su novia. Se pasaría toda
la tarde entre las piernas de ella, decía, y todos, a pesar de intentar
evitarlo, nos pusimos a reírnos, algunos con cierta dificultad para parar
después, y la risa fácilmente se convertía en una refrenada tos seca que
enseguida le haría a alguno escupir sangre.
—Antonio amigo mío— dijo
Juan, parando de reír, y tosiendo suavemente tres veces, para mejorar su voz
Yo ya me sabía lo que
venía a continuación, así que hice como si no lo estuviera escuchando. Pero él
no era de esos que dejasen escapar la ocasión de contar una buena historia,
creo que, de él se me pegó la manía esta.
—¿Sabes?, hubo un tiempo
que fui militar— dijo interrumpiéndonos de nuevo
—¿No eras maestro? — le pregunté
dudoso
—Sí, claro que fui
maestro, pero antes de eso fui militar, hace mucho tiempo, de hecho, esta era
mi verdadera vocación, quería proteger a mi país, aunque tuviera que derramar
hasta la última gota de mi sangre para ello.
—¿Y qué pasó? — quise
saber
—A los dieciocho años me apunté
a una academia militar, me gustaba la idea de ser una autoridad, les veía a mis
amigos ir a clase y pensaba, estáis perdiendo el tiempo, ser soldado es mucho
más fácil, lo tienes todo gratis, la casa, la luz y la comida, te dan un arma
y, más encima te pagan, puedes salir a la calle e intimidar a quien te diera la
bendita gana, con tu autoridad puedes sacarle dinero a esos extranjeros de
mierda que ni siquiera conocen sus derechos, y si los conocieran, puedes
confiscar sus pasaportes y sus residencias hasta que te pagasen lo que pidas.
¡ser militar es lo máximo!
—Si no te gustaba
estudiar, ¿cómo es que luego llegaste a ser maestro? — le pregunté.
—Son las ventajas de
haber sido autoridad, ¿sabes?, después de mi servicio militar tiré de algunos
hilos, e hice un cursillo. Pero esta no es la historia que quiero contar en
esta ocasión.
—¿Por qué lo dejaste?,
perdona, pero siempre estas contándonos historias, así que, si vas a contarnos
una historia más, que al menos sea interesante, y esta me interesa.
—En realidad no lo dejé,
me dieron de baja por insubordinación, no podía permitir que estos pipineros[4]
que entran en el inter-armas ahora y salen oficiales, me dieran ordenes, y por
eso me enceraron durante un buen tiempo y al salir me dieron de baja. En la cárcel
uno tiene mucho tiempo para reflexionar en sus errores, durante el tiempo que
estuve encerrado conocí a mucha gente de todas las edades, mujeres incluidas y
hasta niños de no más de doce años, y todos decían ser inocentes y entre todos
estos hijos de mala madre, uno realmente me pareció inocente, se parecía a ti,
¿sabes? — dijo mirándome, tenía la misma mirada que tú.
—¿Qué significa eso?,
¿Qué quieres decir con todo eso? — le pregunté pausando mi jugada por unos
segundos
—Nunca hablas de tu
madre, bueno, realmente no hablas nunca de tus parientes, a mí, se me hace que
tuviste una infancia como la del muchacho ese, Paco, y por eso estas intentando
siempre justificar su comportamiento, hiciste algo, de lo que te avergüenzas seguramente,
y desde entonces has intentado enterarlo en lo más profundo de tu memoria.
—¿A qué te refieres?, ¿a
qué viene eso ahora?, no estoy obligado a hablar de nada contigo, tú hablas
siempre porque quieres, te gusta escucharte a ti mismo hablar, nadie te obliga
a ello. Y, por cierto, lo que hiciera en mi infancia no es asunto tuyo, ¡tú de qué
vas!
—Solo digo, que es mejor
expresarse con los demás, para librarte de las cargas, ¿sabes?, compartir la
carga emocional te hará bien, le hace bien a cualquiera, hará que te sientas
mejor, aliviarás el peso emocional, y eso es bueno para la salud, ¿entiendes?
—Gracias por tus
bienintencionados consejos de verdad, pero no me interesa— le dije apartando mi
mirada de él, y continuando con el juego
—¿Sabes cómo acabó el
chaval de la prisión? — me interrumpió de nuevo, yo ya me empezaba a frustrar
por agobiante insistencia.
—No me interesa, no
insistas por favor— dije en un tono más alto
—No insistiré, pero de
todos modos te lo diré, acabó suicidándose, ¿sabes?, se quitó la puta vida, y
te lo digo para que sepas que, los problemas dentro de nosotros, son como una
bomba atómica sobrecalentándose, acabará estallando tarde o temprano, causando
daños irreparables. Nunca supe lo que tenía, pero desde que le vi, supe que tenía
problemas al igual que tú, ¿sabes?, y como estás haciendo ahora, él también se hizo
el fuerte, pero el maldito hijo de puta acabó suicidándose una semana después
de salir de prisión.
—Te agradezco los
consejos de verdad, y valoro mucho que te preocupes por mí, pero no es mi caso,
estoy bien, concéntrate en tus problemas y yo haré lo mismo y que Dios este con
todos, ¡no sé si me hago entender!
—Te entiendo muy bien
chaval, en fin, es tu vida, y puedes hacer lo que quieras con ella, yo solo te
ofrezco mi ayuda, aceptarla es asunto tuyo.
—A eso me refiero, muchas
gracias por entenderme
…
Había pasado una semana
después de aquella charla, la hermana de Paco, había venido a recogerle en la
mañana, para que fuera a pasar el día en su casa, tendría que estar de vuelta a
la hora de la medicación, y la señora de hierro se encargó de recordárselo. Paco
era un joven que, a pesar de su edad y, sobre todo, a pesar de su aparente
rebeldía, cumplía con todo lo que se le exigía, en realidad ahora que lo pienso
bien, era bastante disciplinado, el problema del viejo Juan, eran sus propios
prejuicios.
Con la ausencia del muchacho,
y Felipe tumbado en su cama sin ánimos de nada, al viejo Juan no le quedaba de
otra que intentar charlar conmigo.
—Si dije algo que te haya
ofendido, me disculpo— dijo intentando iniciar conversación. Yo solo quería ser
un buen amigo, ¡tú ya me entiendes!
—No pasa nada, lo
entiendo, y la verdad es que yo también quiero disculparme, es que a veces
cansas a la gente con tus historias, y no es que no me gusten, pero yo no
estaba teniendo un buen día precisamente, en cualquier caso, cuando quieras que
te cuente sobre mis padres, estaré dispuesto, ¡es una promesa!
—No quisiera
precipitarme, ni nada, pero si puedes contármelo ahora, estoy dispuesto a
escucharte, en fin, tampoco es que tenga nada mejor que hacer.
—De acuerdo, te lo contaré.
Cuando apenas era un niño se murió mi madre en un accidente, yo me sentía culpable
porque, a decir verdad, yo era algo cabezudo de pequeño, y pasé largo tiempo
intentando redimirme de aquello, sigo intentándolo. Mi padre no tardó en
buscarse a otra mujer, y con ella, perdí mi estatus en la casa. Vivir con mi
madrastra era como estar viviendo en un infierno, tuve que aprender, apenas
siendo un retoño, a sobrevivir. A mi padre le daba lo mismo, su miedo a la
soledad, cegaba su capacidad de discernir lo que era mejor para la familia y,
yo no era precisamente el tipo de compañía que le hacía falta.
Todas las tareas de la
casa recayeron sobre mí enseguida, los insultos, los malos tratos, y la
sobreexplotación se sumaron al paquete, yo era el que lo hacia todo, y a pesar
de ello, se me imponían castigos, aunque sin haber hecho nada que se lo mereciera.
Pero, a decir verdad, mi
madrastra, a pesar de ser bastante mala como tal, era muy buena madre, y a sus
tres hijos los cuidaba como si se tratara de la mismísima pupila de sus ojos, y
a mí me trataba como si fuese algo repugnante, detestable, como si fuese algo inhumano
de lo que quisiera librarse.
Una mañana, estaba
durmiendo en el mismo sofá de siempre, mi madrastra había amanecido con el pie
izquierdo, quizás porque mi padre no había venido a dormir en la casa, no lo
sé, pero tuve que llevarme el marrón.
Recién me estaba
despertando cuando escuché mi nombre en la misma frase que varios insultos. La escuché
y enseguida supe que algo iba mal, así que volví a dormir. Seguí escuchándola,
insulto tras insulto, cada vez más alto y pensé: —¿se estará acercando? — Pero
seguí durmiendo igual, aunque con el corazón a punto de salirme por la boca,
siempre pendiente de que, me hiciera salir de la silla con el golpe de algún
palo, alguna piedra, o lo que fuere que se encontrarse primero. Te puedo
asegurar que los huérfanos sobrevivimos por la gracia de Dios, más aún, cuando
el único padre que nos queda, prefiere vernos maltratados a renunciar al placer
se seguir calentándose en las noches junto de una hermosa mujer, como lo era Sandra,
hermosa de rostro, pero oscura de corazón, muy oscura de verdad. ¿Esto es lo
que esperabas escuchar? —le pregunté
—Bueno, ¿tuviste una
mierda de infancia tras la muerte de tu madre eh? — respondió forzando una
sonrisa que disimulara la conmoción causada por la triste historia de mi vida,
sonreí un poco, durante varios segundos de hecho, lo miré detenidamente y al
final dije:
—Bueno, no puedo quejarme,
hay gente que lo pasa peor, yo solo tuve que ver cómo aquella mujer consumía la
vida de mi padre, día tras día, hasta que al final se divorciaron, no llegaron
a tener hijos juntos y la decepción lo consumió tanto, que acabó dándole la
espalda a todo. Solo encontraba consuelo en el placer de fumar, beber, y meterse
con prostitutas, hasta que pilló esta maldita tos que acabó con su vida. El
hombre, era realmente fuerte, ¡cómo luchó de verdad!, nunca se fue al médico,
nunca tomó un comprimido de esos, —cosas de mariquitas— los llamaba, el buen terco
ese, se mantuvo fiel a sus raíces, hasta que, esta terquedad acabó con su vida.
—¡Menudo hombre eh! —
exaltó Juan—. Ese era, de los que ya no quedan, yo también era así, ¿sabes?, no
me gustaba escuchar siquiera el nombre “hospital”, pero al final, hacemos cosas
que no deseamos por un poquito más de vida, esta que, cada vez escasea más, y
los años, que durante la adolescencia parecían eternos, ahora a esta edad que
rozo ya, todo parece ir más rápido, menos el dolor por supuesto, hay días en
los que me duelen todos los huesos de mi envejecido cuerpo y el dolor es tan
profundo, que parece una eterna aflicción arraigada en lo más profundo de mi
alma. Pareciera que al hacerse viejo se nos condenara a una perpetua dolencia:
un día son los ojos, al siguiente, la espalda, y así todos los días hasta que
al final, Dios se digna a llevarte a su gloria. ¡Muchacho…!, sé que no me lo
has pedido, pero te recomiendo reconciliarte contigo mismo, los que se han
dormido en la muerte, ya se han ido, ahora tenemos que continuar viviendo hasta
que se nos acaba el tiempo, que, en mi caso, será pronto.
—Te lo agradezco de todo
corazón. ¿Sabes?, al final acabaste cayéndome bien, en fin, tus charlas no son
tan tediosas como pudieran parecer al principio.
—Eh, que hieres mis sentimientos,
tengo muchas historias que contar, con la edad, he ido acumulando tantas
historias que, se podría decir que soy una enciclopedia viva, te puedo contar
la historia de cómo conocí a mi primera mujer, o la mismísima historia de cómo
los colonos salieron del país, también me conozco la historia de cómo Obiang
Nguema cogió el poder. No te imaginas cuantas historias están acumuladas en
esta vieja cabeza mía.
—¿Cuántas mujeres tienes?
— quise saber.
—En estos momentos no
tengo ninguna, pero en mis tiempos, me casé con cinco. Cuando salí de la
academia, estaba ansioso por imponer el orden en las calles, quería
demostrarles a mis amigos que yo tenía la razón, y que, hacerse militar era la
mejor opción, dos meses después, la conocí, ella alumbró mi vida, mi querida
María Antonia, ¡cuán bella era!, ella me enamoró desde el primer día que la vi,
era algo mágico, indescriptible y me…
Juan se interrumpió
enseguida, el joven Paco se estaba acercando desde la puerta, y como siempre
tenía puestos los cascos con la música a tope; la tableta y un nuevo libro
colgaban de su mano derecha.
—¿Qué tal te ha ido el
día por casa? — preguntó Juan cambiando de tema. El muchacho, como siempre, se
limitó a subir el dedo pulgar para indicar que todo había ido bien.
—Este niño no va a
cambiar, ya te lo digo yo— dijo el viejo dirigiéndose a mí, de aquí a cinco
años o diez, como dijiste, puede que sí cambie, pero no será para mejor, te lo
digo como que me llamo Juan Mba Nzé Angué.
—Por favor, no empecéis,
hoy ha sido un día bastante relajante para todos, dejemos que termine así.
—A mí no me mires—dijo Paco
quitándose los cascos y tirándolos sobre su cama. En seguida Felipe se levantó
pesadamente, con el ánimo por los suelos y se fue al cuarto baño. Aún no se había
mejorado su salud, el tratamiento se estaba tardando en hacerle efecto, y en este
día, se sentía peor que en los anteriores.
…
Habían pasado unos días,
que como siempre, parecían demasiado largos, juan Mba se encontraba sentado
sobre su cama como casi siempre, era fin de mes, así que nos tocaba ir a dejar
las muestras del esputo al laboratorio, Paco había despertado muy temprano para
ver si conseguía escupir algo, pero por más que lo intentaba, no lograba
cosechar suficiente moco, al menos ya no como en los primeros días, y estaba
intentándolo una y otra vez y otra vez, vez tras vez, y nada, y así toda la
mañana.
Juan se encontraba
sentado, mirándolo esforzarse por sacar la flema que, en él, salía como si fuese
el campeón del mundo en escupitajos.
—Chaval, acabaras
escupiendo sangre o incluso la mismísima tráquea si sigues tosiendo de esta
manera— le dijo al muchacho, en un cierto tono de preocupación, como lo es
común en las personas adultas que observan como un joven hace algo que pudiera
causarle daño.
—¡Qué más quisieras! —
respondió Paco parando de toser, y escupiendo unos pequeños mocos mezclados con
salivas, en un pequeño envase de cristal, — estas de mala suerte— dijo a
continuación, limpiándose la barbilla con una servilleta, —no veras cumplir tu
malévolo sueño, que se me caiga la tráquea, ¡que mente más maléfica la tuya eh!
—¿Mente maléfica la mía…?,
¡así oh!, yo que solo quería ayudarte a que no te hicieras daño
—¿Y quién te lo ha pedido
ah?, ocúpate en tus asuntos viejo metiche— gritó el muchacho marchándose al
laboratorio para dejar la muestra.
…
—A estos chicos de hoy
día, no hay quien les entienda— murmuró Juan tras marcharse Paco. Me limite a
mirarle sin soltar palabra.
—Es que está acostumbrado
a que le digas cosas malas, y como es una costumbre ya, se toma como algo malo
todo lo que salga de ti— reflexionó
Felipe
—¿Tú también harías lo
mismo?
—¡Naturalmente!, si
alguien me tratase tan mal siempre, me resultaría difícil aceptar su ayuda
cuando quisiera ofrecérmela, me seguiría pareciendo alguna maniobra contra mí.
—Si todos pensáis igual— concluyó Juan.
—En realidad si alguien
te tratase mal desde el principio, tú también harías lo mismo— aseguro Felipe. El
viejo Juan se quedó mirándole detenidamente, moviendo la cabeza ligeramente hacia
los lados, en señal de inaceptación, y enseguida se dirigió a mí:
—¿Estás bien? — me preguntó
—Claro, ¿Por qué lo
preguntas? — quise saber.
—No, por nada, es que te
noto extrañamente callado, normalmente ya hubieras dicho algo para defender a
vuestro protegido.
—Yo creo que Felipe ya lo
ha dicho todo, es la verdad, le tienes una manía a este muchacho que ahora solo
quiere defenderse, yo también haría lo mismo.
—¿Ahora todos estáis en
mi contra? — preguntó en tono dramático
—Relájate viejo, nadie
está en contra de nadie, solo somos visitantes temporales, que se han
encontrado en este lugar por cuestión de salud, y todos queremos que la
estancia, que es obligatoria, por cierto, sea lo más llevadera posible, y
siendo sinceros, tú le haces la estancia muy difícil al muchacho.
—Yo solo me preocupo por
él, e intento que sea fuerte— se justificó Juan.
—El que sea fuerte, es
tarea de sus padres, tu solo estas logrando que se sienta incomodo aquí, y
créeme a veces cuando le regañas por algo, incluso yo me siento incómodo, —le
dije
—y yo— respondió Felipe
—De acuerdo, ya lo he
pillado, seré más amable, pero de ante mano ya os digo que este chaval es raro,
no es por mí que esté así, él es como un fantasma.
—Los fantasmas no existen—
afirmé, a la vez que Felipe se estallaba en risas, esta vez la risa no
desembocó en una tos incontrolable, ya se estaba mejorando.
—Si algo tiene nombre
existe, y yo soy testigo de ello, yo también pensaba que los fantasmas no
existen, ¿sabes?
—ilumínanos, ¿Qué te hizo
cambiar de parecer?
—La vida y sus misterios,
os contaré lo que me pasó hace unos cuantos años, en una ocasión cuando yo era
militar, me destinaron en un poblado, por allá en el interior del país, este
era un pueblo fantasma de verdad, el campo santo, estaba repleto de
cementerios, dos kilómetros, si mal no me acuerdo.
En una ocasión, me estaba
trasladando como casi siempre, había terminado mi guardia y ahora me dirigía a
la ciudad, era como a eso de las diez de la noche, la ciudad de Evinayon
quedaba a unos kilómetros, estaba a la mitad de aquel campo santo cuando vi lo
nunca visto— hizo una pausa de unos treinta segundos, se le puso el rostro
triste y conmocionado, como si estuviese teniendo el recuerdo de un trauma.
—¿Qué fue lo que pasó? — pregunté
inquieto, para saciar mi curiosidad, Felipe, que estaba tumbado, se puso
erguido enseguida, se sentó a escuchar con atención lo que estaba a punto de
contar Juan.
—La oscuridad se había tragado
los alrededores, no se distinguía, salvo la luz delantera de mi vehículo que
alumbraba unos seis metros delante de mí, iba a unos sesenta kilómetros por
hora, sentía mucho frio, muchísimo frio, así que subí todas las ventanillas,
las estúpidas luces comenzaron a parpadear, cada vez tardaban más en
encenderse. Yo ya estaba acostumbrado, así que continué conduciendo, me conocía
la ruta y no suponía ningún problema, no me encontraría con nadie en
kilómetros. Escuchaba los golpes de las ramas de arbustos que chocaban contra
el coche, esto tampoco era nada nuevo, pero uno de esos golpes sonó
especialmente fuerte, quité la vista de la carretera durante un par de
segundos, y al volver a mirar al frente…, ¡lo vi!
Enseguida pisé el freno,
pero ya era demasiado tarde, sentía las ruedas resbalarse sobre aquella
carretera de gravillas, escuché el ruido de un golpe fuerte y se me dispararon
los nervios. A esa hora de la noche, de dónde saldría alguien en medio de este
denso bosque, ¿será un cazador?, ¿algún antílope?, — pensé— Los nervios se apoderaron
de mí, no conseguía sujetarme en pie, mucho menos sujetar la M1911[5]
que siempre me hacía compañía en el asiento del copiloto. Se me cayó dos veces
al intentar cogerla, la cogí por fin, me aseguré de que estuviera cargada y de
que tuvieras balas, se me cayeron cinco de las siete balas que admitía el
cargador, no me molesté en buscarlas debajo del asiento, simplemente inserté el
cargador, saqué el seguro y me bajé del vehículo precipitadamente. A todo ello,
con el cuerpo a rebosar de los nervios.
Divisé un cuerpo tumbado
en el suelo a unos metros de distancia, justo delante del coche, pero no conseguía
distinguir de qué era el cuerpo, me acerqué, y lo vi claro, era una mujer de unos
treinta años, me asusté, ¿Qué estaría haciendo aquí a esa hora?, pregunté en
mis adentros.
—¿Está usted bien? — pregunté
en voz alta. Desde que Salí de la academia, nunca me había visto en una
situación en la alguien estuviera
muriéndose por mi culpa, no sabía cómo reaccionar, el servicio militar en
nuestro país es mucho más cómodo, cuando las cosas no salen de la rutina
habitual, cuando solo tienes que irte a las guardias, salir sin incidentes, y
al final del mes, ir al banco a recoger tus dineros, y quizás, cobrarle alguno
que otro dinero, a algún indocumentado para poder llegar al fin del mes, pero
una situación tan precaria como esa, nunca la había vivido antes.
Me acerqué lo suficiente
para asegurarme de que siguiera viva, ¿Cómo ha podido pasar eso?, me pregunté
conmocionado, estaba divagando ya, choradas sin sentido.
Mientras conducía, solo
podía pensar en llegar antes a casa, para poder encontrar a mi mujer despierta,
solo quería deleitarme, después de casi dos días, en echarle un buen polvo a mi
esposa, pero en este mismo instante, se me borraron todos estos pensamientos, y
solo podía pensar…, ¡he matado a alguien!
Noté unos ligeros
movimientos en su mano, ¡estás viva!, —grité de la emoción— ¡gracias a Dios!
..., no te preocupes, te llevaré al hospital, te pondrás bien, te lo prometo—, la
dije.
Me fui corriendo al coche
para coger algunas mantas, ella sentiría frio, —pensé— regresaba ya con el
montón de mantas en mis manos cuando se apagaron las luces del coche, a buenas
horas —pensé con el corazón desbordado. No podía distinguir nada en este mar de
sombras, solo pasaron unos quince segundos, y al volver a encenderse las luces…,
ella ya no estaba, era como si nada de eso hubiera pasado, estaba allí de pie
en la mitad de la nada con un montón de sabanas en la mano, pero la persona a
la que había atropado y a quien yo quería socorrer…, había desaparecido. Tiré
las mantas al suelo, subí al coche y salí de aquel lugar lo más rápido posible.
Nunca hablé de ello con nadie, hasta hoy.
—No sé qué es lo que
viste, o qué pensaste haber visto, pero un fantasma no era, los fantasmas no
existen
—Este es justo el motivo
por el que nunca se lo conté a nadie. La gente se precipita en juzgar de loco,
a todo aquello que escapa de su comprensión, yo que tú, dudaría un poco, antes
de descartar del todo, la posibilidad de que existen los fantasmas. yo sé lo
que vi, y en el preciso momento en que lo vi estaba muy cuerdo. En aquel día,
perdí mi arma, y este fue mi primer incidente en el servicio, estuve encerado
durante seis meses.
—Bueno, visto de este
modo, quizás si existan, pero hasta que los vea con mis propios ojos, no estaré
del todo convencido eh.
…
Faltaba un mes para que
terminase mi tratamiento, se podría decir que les había cogido carriño a estos
compañeros con los que había compartido tanto tiempo. Mis últimas pruebas del
esputo dieron negativo a la tuberculosis. Yo ya no estaba infectado oficialmente,
pero el protocolo indicaba que debía seguir con el tratamiento hasta que
llegaran los seis meses.
Paco, que era un chico
muy tranquilo, ya estaba esperando a que le dieran el alta hospitalaria, no
había razones para que permaneciera en el hospital, tenía buen comportamiento,
cumplía con el tratamiento, y por suerte para él, no tenía un historial de
alcoholismo, ni de tabaquismo como algunos de nosotros. Así que, mientras iba
preparado sus cosas, algunos solo podíamos mirarlo con un cierto toque de
envidia, deseosos de lo que él ya había logrado. Tras su partida, los medico
vieron innecesaria mi permanecía en el lugar, y me dieron el alta a mí también,
y cuando salí, dejé que el viejo Juan también se estaba preparando para recibir
el alta hospitalaria, el otro chico…, Felipe, escuché que no respondía bien al
tratamiento, así que le tocaba durar un poquito más, ¡pobrecito!
…
Cinco meses sin pisar mi
barrio, casi seis, y ahora tras tanto tiempo estaba a punto de regresar. —¿Qué
habrá cambiado? — me pregunté desde aquel portal del hospital regional, por fin
había logrado librarme de la tuberculosis, pero…, aun no me creía que hubiera
sido tan fácil, que solo hiciera falta sentarme, tomarme los medicamentos y
mirar el tiempo pasar frente a mí, y yo que, antes pensaba que era mejor morir
en mi ignorancia, ¿Cómo imaginar que un poquito de información pudiera salvarme
la vida?
Recordaba, vivas las
palabras de mi médico, — te has librado por poco— me dijo, y yo no podía
librarme de pensar en lo reales que eran dichas palabras, porque los episodios
de tos crónica que acababan conmigo entre un charco de sangre, eran muy reales,
y a pesar de haberme librado de la enfermedad, aun podía sentir el dolor en mi
alma, la sensación de que en cada estornudo fuera a desatarse de nuevo, el
desastre en mis pulmones.
Me encontraba parado en
el cruce de Zona, en las mediaciones del barrio de Nkolombong, esperando pillar
un taxi, uno que aceptara llevarme a casa para luego pagarle desde allí, si
algún vecino me prestaba, por supuesto, algún dinerito. No era nada fácil, y
cuando les explicaba mi situación a los taxistas, arrancaban sus vehículos sin
más y se marchaban a toda leche. Es difícil encontrarse a un buen samaritano en
estos días. Sentía con cada paso, cómo la pereza se adueñaba de mi cuerpo, casi
se podría decir que anhelaba estar en aquella sala de hospital de nuevo. Apesarar
del tedio que implicaba, al menos allí había aire acondicionado, ahora tenía
que caminar bajo sol, a las doce del mediodía; cosa que, como sabrá bien, mi
querido lector, si ha visitado la ciudad de Bata una vez siquiera, es un
suicidio, por el calor infernal, que a esas horas solía reinar en la ciudad.
Mientras iba caminando,
se me venían a la cabeza los recuerdos de mis compañeros de cuarto, al muchacho
Paco, con sus perpetuos cascos de música que nunca salían de sus orejas, y esos
libros suyos que…, no llegué a entender para que le servían; a Juan, un gran
hombre de verdad, a pesar de sus historias tediosas. Estas mismas historias que
antes me parecían cuentos de un viejo chiflado, ahora las echaba de menos; y
por supuesto, a Felipe también, una pena que tuviera que quedarse solo, seguro
que pronto tendría unos nuevos compañeros.
Caminé…, caminé y caminé;
unas dos horas de caminata ya me parecían eternas. Llegué al barrio todo sudado
y con bastante cansancio. No reconocía ya parte de mi vecindario, se habían
levantado nuevas construcciones, los barres estaban repletos de gente, parte de
asfalto estaba destruido, luego supe que era para suministrar agua potable al
barrio. Como todos los vecinos estaban preparándose para las navidades, habían pintado
sus casas, y el barrio, en todo su aspecto pulcro y navideño, solo quedaba
manchado por la imagen de mi patio, que tras tanto tiempo descuidado, había
criado una reserva selvática de hierbas y arbustos que casi llegaban al tejado;
pero como es natural en estos tiempos, los niños correteaban por los
alrededores libremente y sin guardar cuidado; algunos jugando al esconderse,
otros a los policías y ladrones, otros jugando con sus cochecitos en el patio,
y los había, que no se privaban de la satisfacción de lanzarle una piedra a la
ventana del vecino desaparecido.
…
La señorita Carmela se
encontraba sentada delante de su puerta, charlando con algunas amigas, ella
que, normalmente era delgadita, había cultivado cierto volumen corporal con el
paso de los meses, al parecer las eternas noches de mutua lujuria conyugal
habían servido para algo. Los niños provocaron una estampida al verme acercando
desde la carretera y las cotorras estas se callaron enseguida.
—¿Este no es Antonio? — susurró
una de ellas
—Sí, es él, yo creía que
había muerto— respondió Carmela. Llevo más de un año sin verle, —dramatizó
—La mala hierba nunca
muere— susurró otra, y todos se pusieron a reírse.
Yo que, me estaba
enterando de casi todo, me limité a saludar con la mano…, algo de Paco que se
me había pegado. Entré en la casa…, del todo polvorienta, el charco de sangre
seguía seca en el suelo de la cocina, las telarañas se extendían por todas las
paredes, y la mala hierba ya empezaba a salir en el suelo de mi cuarto, que con
el tiempo había criado un agujero en el tejado. Toda la casa esparcía un olor
putrefacto, alguien la había convertido en un cuarto de aseo de emergencia. Se
me saltaron las lagrima al ver todo ello; y para ir rematando, se habían
llevado todas mis cosas de valor, ¿Quién le roba a un hombre que esta moribundo
en el hospital?
Ahora tenía que comenzar de
cero, una nueva vida, y lo único bueno de ella, era que estaba libre de la
tuberculosis. ¿Cómo podría volver a fumar?, ¿Cómo haría semejante estupidez de
nuevo?, ¿Qué me haría volver a caer en este mismo habito, que por poco acababa
con mi vida?, en ese mismo instante, era impensable la idea, siquiera, de un yo
que se volviera a llevar un cigarro a la boca, ¿Qué situación tan desesperante
me podría hacer cambiar de parecer? ..., imposible, no volveré a fumar, —dije
tomando coraje.
…
Se había cumplido un mes
desde que salí del hospital, para que mi casa fuese habitable de nuevo, tuve
que invertir casi todo el dinero que tenía ahorrado en reformas, y mientras los
demás disfrutaban con las festividades navideñas, yo estaba sumido en un arduo
trabajo, intentando adecentar mi hogar…, ¡sí…, mi dulce hogar!
Recuerdo un día, a falta
de una semana para las navidades, yo había tenido una larga jornada de intenso
trabajo, estaba realmente hambriento y cansado, la hija de una vecina, una
chica muy maja, me trajo un plato de comida, en realidad exquisito, no tanto
por el gusto, ni por lo sabroso, sino por el detalle de aquella joven de no más
de quince años, nadie más había tenido tal detalle para conmigo. En aquella
misma tarde, vi desde la puerta de mi casa, cómo su madre la propiciaba una
tremenda paliza como si hubiese cometido una cosa repugnante, y luego la mandó
tirar todos los platos que se parecían al que había utilizado para servirme
aquel único plato de comida. Y yo que, realmente había disfrutado del alimento
este, me sentí mal, porque ella tuviera que sufrir el dolor de una paliza igual
a causa mí, nadie debería sufrir por intentar ayudar a otros.
…
Me fui a la cama aquel
día, recubierto con la fría manta de la soledad y la angustia en el corazón por
aquella pobre muchacha que solo quería ayudar. Estar solo en la vida, me estaba
pasando factura. Pero, no siempre fue así, hubo un tiempo en que yo no estaba
tan solo, de adolescente, había conocido a una chica, realmente preciosa,
amable, y lo mejor de todo, era que estaba enamorada de mí, me sentía feliz,
muy feliz; tanto que, durante quince años, no me molesté en preocuparme por sus
opiniones, ni para saber lo que sentía respecto a mis acciones y…, por más que
me repetía que odiaba que yo fumara, yo seguía fumando igual. Hasta que, hace
nueve meses, decidió dejarme. Y a causa de ello, me había consumido el
remordimiento y la ira, no tanto porque me hubiera dejado, sino más bien contra
mí mismo, que no supe valorarla, y ahora en todo mi aspecto flaco y
desfigurado, solo me consolaba la idea de poder hacerme una paja por la noche
para poder dormir tranquilo.
…
Seis semanas habían
pasado ya, las navidades y sus festejos se habían quedado atrás, pero a los
jovencitos más atrevidos, les seguía atrayendo la idea de que, en el barrio
había un nuevo monstruo, uno que escupía un gas venenoso y contaminante, y
podían burlarse, seguramente con los permisos de sus padres, que quizás, no se
los dieran directamente, pero con los comentarios que hacían en casa, ellos
entendían que había que mofarse del espantapájaros caminante, asegurando
siempre, que no se acercaran demasiado para no contaminarse.
…
Una tarde, ya casi estaba
a punto de terminar con las reformas de, como lo llamaban ya en el barrio, la
chabola de María el espantapájaros, pero ya no me quedaba dinero, así que salí
a buscar destajos por la ciudad. Al encargado del almacén de una cadena de
supermercados le pareció bien ofrecerme un puesto entre su plantilla, al
observar mi condición de extrema necesidad, se conmovió profundamente, y dijo
que podía ayudar con cosas poco pesadas, y eso hice durante unas semanas. Aquel
hombre de muy buen corazón, me ayudó bastante durante este tiempo. Como tenía
un restaurante, cuando salíamos del almacén, me llevaba allí, y me servía de
las sobras de los días anteriores, y gracias a esta benevolencia de su parte,
empezaba a recuperar mi cuerpo.
Pero un día…, la señorita
Carmela, que estaba a de siente meses de embarazo, se pasó por el almacén para
hacer la acostumbrada compra prenatal que caracteriza a las muchachas que están
a punto de tener a su primer bebé. Yo, como en las mañanas anteriores desde
hacía más de dos semanas, había comenzado con mi trabajo, ahora podía hacer más,
porque me estaba recuperando bastante.
—¿Qué hace este enfermo
aquí? — escuché de una voz que salía desde el mostrador de facturación,
mientras le traía un pedido a una otra cliente.
—¿Cuál enfermo? —
preguntó Mohamed, que es como se llamaba el encargado.
—Este enfermo de
tuberculosis que viene ahí, con las cargas— respondió la señorita Carmela
señalándome, todos los que estaban a mi alrededor dejaron de hacer lo que sea
en lo que estuviesen ocupados en este momento y se pusieron a mirarme
estupefactos.
—Te equivocas —dijo
Mohamed—, estaba enfermo, pero ahora está bien
—¿Eres consciente de que
puede contagiar a todos los que estamos aquí, ahora mismo no?
—Este sería el caso, si
estuviese enfermo, pero él ya no lo está
—Quiero hablar con el
encargado— dijo Carmela a continuación
—Señora, yo soy el
encargado
—Pues quiero hablar con
tu jefe de inmediato
—Señora…
—¡Señorita! — gritó ella
—De acuerdo, lo siento,
señorita, pero si no va hacer ninguna compra, me temo que tendré que pedirla
que se vaya, es que tenemos mucho trabajo y usted nos está haciendo perder el
tiempo.
—Claro que no voy a hacer
ninguna compra, nadie debería, ¿Cómo voy comprar, con mi propio dinero, algo
que después me mate ah?, le estoy diciendo que este hombre está enfermo de
tuberculosis, no debería estar trabajando en un lugar público.
—Señorita, por favor,
haga espacio, ¡deje lugar, por favor! — dijo Mohamed, cediéndole paso a otro
cliente, pasé con los productos al lado de ella y enseguida se apretó
fuertemente la nariz con sus dedos. Sentí como si el peso del edificio
estuviese sobre mis hombros, quería desaparecer, pero tuve que tragarme la
humillación y los insultos.
Mohamed observó que
estaba tan afectado que no podía sostenerme en pie, me temblaba todo el cuerpo,
apenado por mi situación, me dio permiso para irme a casa. Estuve caminando por
la acera, intentado parar algún taxi, pero tampoco me cogían, caminé largo rato.
Los vehículos pasaban delante de mí, como si fuese un pero remojado en aceite,
me crucé con muchas personas, en todas sus miradas indiferentes, podía notar el
poco valor que me daban, ¡algo está mal!, —pensé—, no hay lugar para mí en este
mundo cruel, ¿de qué me servía luchar tanto por vivir, si la vida luchaba por
deshacerse de mí?, ¿Qué sentido tenia privarme de los placeres de la vida, si,
de todos modos, mi vida ya no era vivir?
Pasé al lado de una abacería,
y vi la caja de marlboro rojo, de estos que antes me gustaban, y enseguida
sentí antojo de unos cuantos cigarros, compré una cajilla y un mechero. Cogí
carrera, pasando por el mercado de Mondoasi, me dirigí al Paseo Marítimo,
divisé la Torre desde las cercanías de la rotonda, estuve parado ahí un rato,
intentando cruzar aquella carretera de cuatro carriles, había mucha
circulación, me precipité hacia el bullicioso tráfico, y todos se pusieron a
bocinarme, y los había quienes no se resistieron a la satisfacción de hacerme
el saludo grosero ese, el de subir solo el dedo corazón, ni siquiera sabía lo
que significaba, yo solo crucé. Pasé por el pequeño muro que separa el paseo
marítimo con la playa, me senté en una piedra enorme, negra y llena de agujeros,
dejé colgados mis pies para que los mojara el agua de las olas que venían a chocarse
contra las piedras.
Saqué un marlboro de la
cajilla, pasé el pitillo entre mis labios, no pensé más en el mal que me había
provocado, solo me limité dejarme llevar el enfado, o tal vez será que lo
necesitaba tanto que ya no me resistía, no lo sé, pero enseguida me olvidé de
todo lo que me había causado el uno del cigarro, de que por fumar, había
perdido a María Jesús, por fumar, pasé casi seis meses en una sala de hospital,
lejos de mi casa, y por ello, robaron todas mis cosas de valor, si ahora soy el
hazmerreír de todo el mundo, es porque en un día decidí llevarme un cigarro a
la boca. Por fumar se había arruinado mi
vida, pero, aun así, estaba otra vez allí, con un cigarro entre los labios. Encendí
el mechero, y el viento lo apagó, insistí durante un rato, no lograba mantener
la llama encendida, hice una barrera con mis manos, la llama se contuvo al
mismo tiempo que yo contenía la respiración. Estaba a punto de encender el
pitillo cuando levanté la mirada y allí estaba mi madre.
—¡Hola cariño! — me dijo.
Me levanté
precipitadamente, quise ponerme a correr, pero se me atascó el pie entre las
piedras, y por más que tiraba de él, no salía.
—¿Por qué huyes de mí
amado mío?
Me parecía que estaba soñando,
así que no respondí, di la vuelta y ella seguía estando ahí, parada en la arena,
cerré los ojos con fuerza durante unos segundos, y volví a abrirlos pensando
que era una alucinación, pero ella seguía ahí, de hecho, esta vez a mi lado.
—¿Qué quieres de mí? — la
pregunté, el coraje que había tomado para ello se desvaneció enseguida cuando
acercó su mano hacia mi pie —no tengo nada que ver con tu muerte, solo era un
niño, —dije, sin fuerzas ya de evitar que se mojasen mis pantalones con la
orina
—¡Oh querido mío!, ¡sangre
de mi sangre!, no te culpo de mi muerte— dijo ayudándome a sacar el pie de
entre las piedras.
—¿Y por qué sigues aquí?
— pregunté con el miedo corroyéndome los huesos
—He visto tu dolor desde
el más allá, te culpas de todo, y necesitas saber que no tienes la culpa de
nada. Salvo, por supuesto, de tus propias decisiones. Como el hecho de que
quieras volver a ponerte un cigarro en la boca. De eso, sí que tienes la culpa.
—Fui un mal hijo mamá, un
desagradecido— la dije a lagrima suelta.
—Todos los hijos son
malos en algún momento, nuestra obligación es amarlos igual, todos hacen cosas
estúpidas, y estamos obligadas a perdonarles, no es algo por lo que debas
machacarte, si hubieras tenido un hijo, lo entenderías.
—¡Lo siento mamá!, ¡lo
siento mucho!, mi vida es un fracaso…, justo como me lo advertiste.
—¡Tranquilo vida mía!, la
vida es un viaje, tú solo procura disfrutar de él. Siempre hay esperanza de
mejora, todo acaba solo cuando dejes de respirar, por ahora, solo tienes que
tomar las decisiones correctas, dejar las cosas que manchan tu cuerpo, vivir
una vida limpia. Busca a Dios hijito mío, vive, y busca que tu paso por el
mundo, no sea una historia olvidada. No te vayas a morir sin dejar mi legado,
si lo haces…, te prometo que te atormentaré por la eternidad— dijo sonriendo.
—¿Qué tengo que hacer?,
¡estoy desesperado!, todos se burlan de mí, el amor hace tiempo que desapareció
de mi vida, no tengo amigos, mi propia existencia es un suplicio.
—No tienes que hacer nada
de otro mundo cariño mío, solo lo que has estado haciendo hasta ahora; tienes
un trabajo, y un buen jefe, estas acabando con las reformas de la casa, sigue
en este camino, y todo llegara en su debido momento. Mira — dijo señalando
hacia la carretera—, ¿se están burlándose de ti?, no dejes que las cosas sigan
así, no dejes que mi legado sea, “María el espantapájaros”, se mi Antonio, mi
pequeño Antonito.
Miré hacia la carretera,
y unos adolescentes me estaban haciendo fotos, —¡eh!, ¡como os coja! ...,
trituraré este maldito cacharro con mis propios pies, —grité enfurecido, y los
muchachos se echaron a correr. Me doblé para seguir con la conversación, pero
mi madre ya no estaba, y allí, solo, me di cuenta que había estado hablando
conmigo mismo todo este rato, nada de mi madre. Levanté la mirada a lo lejos, y
nada. Había desaparecido, me había abandonado de nuevo, —pensé—, o ni siquiera
había estado allí, solo me estaba volviendo loco.
Pero, de todos modos, me
fui a mi casa, y me tumbé durante un buen rato, se me olvidaron los cigarros en
la playa, no le di importancia, además había sido un error comprármelos. El día
acabo conmigo tumbado sobre aquella cama maloliente, solo, sin nadie que me
despertara para recordarme que debía comer, y por la mañana, tampoco había
nadie que me levantara de la cama, salvo mis propias pesadillas.
…
Desperté en la mañana
siguiente, repleto de energía, a tope de las ganas de disfrutar de la vida, de
vivir con alegría, me duché, hice el desayuno, y al salir rumbo al trabajo, vi
a Carmela salir de su casa, me miró con la misma repugnancia que en los días
anteriores, no respondió, salvo con la misma mirada de desprecio con la que
siempre me miraba.
Yo seguí caminado hacia
la carretera, cogí un taxi y me fui al trabajo.
…
Han pasado unos cuantos
años desde aquello, hace unos meses me casé con una mujer preciosa,
increíblemente preciosa, yo ni siquiera me lo creo todavía, se llama Sofía, y
estoy intentando evitar que volviera pasar lo que ocurrió con María Jesús, la
ofrezco todo el cariño que llega a producir mi corazón. Tuvimos una hija antes
de casarnos, ahora mi princesita tiene tres añitos, y su presencia en mi vida,
me hace la persona más feliz que existe. El final de una historia, es el
comienzo de otra. Y a pesar de que, en estos momentos, nos encontramos encerados
por causa de la pandemia, me siento muy afortunado, tenerlas en mi vida, no
tiene precio. Las amo de todo corazón y siempre las amaré, siempre y para
siempre.
[1]
TBC: acrónimo de tuberculosis.
[2]
Abaá:
del pamue Abáá; hace referencia a una casa comunal (Diccionario de la Real
Academia Española).
[3]
Ntumu, variante de la lengua Fang,
hablada en los territorios ecuatoguineanos
[4]
Pipinero: dicho de alguien, generalmente de menor edad, que tiene el habito de
orinar en sus pantalones mientras duerme. Esta expresión es utilizada por
personas mayores para referirse al conjunto de adolescentes en general. De uso común en Guinea ecuatorial
[5]
La M1911 es una pistola semiautomática de acción simple, alimentada por
cargador, operada por retroceso directo de calibre 45 ACP (Automatic Colt Pistol)