Silvestre Nsue Nsue Nchama
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Misericordia

Autor - Silvestre Nsue Nsue Nchama
septiembre 22, 2021
1

 

MISERICORDIA

La habitación está a oscuras, el húmedo y tenebroso entorno está lleno de mosquitos, cucarachas y ratas merodeando por los alrededores, se percibe un fuerte hedor a putrefacción, como si se tratase de algún animalito callejero descomponiéndose. Allí, en esta misma habitación llena de moho, se encuentra Cristian, tumbado al lado de lo que parece ser un charco de vómito, o quizás orina, o puede que solo sea la diarrea de algún preso con problemas digestivos.

A pesar de las malas condiciones del lugar, el chico se encuentra sumergido en un profundo sueño, acurrucado sobre sí mismo. Unos minutos más tarde, Cristian despierta asustado y temblando. El aire frio que impacta sobre él, le hace pensar que quizás esté tirado en algún rincón al aire libre, este pensamiento se reafirma cuando una ola de putrefactos olores impacta sobre su olfato.

— ¿Qué es este sitio? — se pregunta dentro  de sí, incorporándose para ver si conseguía distinguir algo, en este mar de sombras.

  — Sigo soñando —  se dice, — ¿pero qué tipo de sueño es ese?

Pasados unos minutos, observa una luz que proviene de una brecha situada justo encima de donde estaba durmiendo, y enseguida, cae en la cuenta de estar en una habitación cerrada.

— ¿Dónde estoy? —  se preguntó por fin, ya en voz alta.

— ¿Qué te pasa chico?, cierra la maldita boca, aquí hay gente que quiere seguir durmiendo —  le respondió una voz al otro  extremo de la habitación. Con el tono que tenía, Cristian se imaginó que se trataba de alguien mayor.

— Hola… ¿Qué es este lugar? — preguntó nuevamente, esta vez ya alterado.

— Chaval, debes dejar esto que consumes, no te hace ningún bien —  le dijo otro; ahora la voz sonaba más cercana, y tras un corto silencio, esta extraña voz, hasta entonces sin rostro, continuó: — estamos en la cárcel pública chico, Guantánamo…  En este momento, les interrumpió una voz que salía del otro lado de la habitación: — ¡Hora de levantarse! —  vociferó imperativa y controladora. Su tono autoritario estremeció a Cristian y le entró miedo.

— Que se enciendan las luces —  gritó de nuevo aquella misteriosa voz, y entonces se encendieron unos focos enceguecedores, el joven que acababa de abrir los ojos, los volvió a cerrar de inmediato, y después de unos segundos, volvía abrirlos tímidamente. Apenas intentaba ir organizando las ideas sobre su situación, cuando un oficial se parró en la puerta, y mirando con asombro unos papeles que tenía en la mano, dijo su nombre:

— Cristian…, Cristian… ¿Cristian? —  repitió con notable impaciencia.

— Sí,  sí, éste es mi nombre —  respondió él, pensando que tal vez, le llamaban para sacarle de aquel horrible lugar.

— ¡Oye, tú! ¡Mierdas! ¿O sea, yo aquí gritando tu nombre como un loco y tú tan tranquilo durmiendo? ¿Te crees que esta es tu puta casa? —  dijo el oficial enfurecido.

— No jefe, lo siento jefe… —  repuso Cristian, intentando disculparse.

— ¡Cállate! Maldito hijo de puta, date prisa, maldita sea, ¿te crees que tengo todo el puto día para perderlo mirando tu mierda de cara?, — y continuó así un buen rato.

…

Un empujoncito tras otro, así salieron del pabellón de las celdas. La libertad que había dibujado Cristian en su cabeza que se encontraría después, le hizo aguantar lo molesto que le resultaba ser forzado a caminar. Dos oficiales le condujeron a una sala aislada, una luz floreciente iluminaba la habitación, y justo debajo de ella, se encontraba una mesa con dos sillas por un lado, y una tercera silla por el otro. Los dos oficiales le hicieron sentarse en la parte donde había una silla,  sujetaron sus manos a la mesa y salieron de la habitación  sin mediar palabras.

Una larga espera empezaba impacientar a Cristian, observaba el portón detenidamente, como si fuese a abrirse de repente por sí solo. Tras una agotadora expectación, dos figuras desconocidas se asomaban a la puerta, el hombre de unos treinta años, era robusto, alto  y tenía un carácter fuerte; la mujer por otra parte, era de edad ya avanzada, su baja altura y las lentes que llevaba puestas, daban la impresión de que no había pisado una academia militar en su vida.

— Uf… ¿no podían haberme asignado una abogada más joven?—  inquirió Cristian intrínsecamente, pensando que la mujer era una abogada de oficio que le habían asignado, como sucede en las series policiacas que acostumbraba mirar.

— Buenos días Cristian  —  dijo el hombre, dirigiéndose al muchacho, —mi nombre es Pablo, soy capitán de la policía, y esta mi acompañante, es la doctora Nieves, es psicóloga y profesora en la universidad nacional.

— Hola —  respondió Cristian intentando elevar las manos, pero enseguida se percató de que una fuerza volvía a tirarlas  hacia abajo. — ¿De qué se me acusa? —  preguntó desconcertado. Cuando la profesora estaba a punto de responder, intervino el policía:

— ¿No recuerdas nada de lo que paso  ayer?

— ¿Qué pasó ayer? —  preguntó de nuevo, sin tener ni la más mínima idea de lo que estaba hablando Pablo.

— ¡Estos drogadictos de mierda! ¡Madre mía! ¡Acuchillaste a tu primo…, maldito hijo de puta! —  dijo el Capitán, a la vez que le daba un golpe a la mesa. Cristian se asustó y comenzó a latírsele rápidamente el corazón.

— No…, imposible, nunca le haría daño a mi familia.

— ¿Y qué me dices del pobrecito que ahora mismo se encuentra bajo oxígeno en el hospital regional? ¿Su nombre es Adam verdad?, ¿sabes que en este año iba a entrar en la universidad…, no?, y tú has intentado matarle. Como has fracasado en tu mierda de existencia como persona, has decidido que él tampoco disfrutaría de su vida, ¿verdad? ¿Es eso?

— No —  gritó Cristian ya alterado, —no sé de qué me estás hablando, ¡déjame en paz!, ¡quiero salir de aquí! — continuó entre sollozos, sin poder ya, retener las lágrimas.  

— ¡Ya es suficiente! —  Intervino la doctora, — está bien, Cristian…, nosotros no somos los malos —  indicó ofreciéndole una servilleta al muchacho.

— Pues lo parecéis, me estáis acusando de haber apuñalado a mi primo, a uno de los pocos parientes que me quedan en la vida, ¿Cómo podría yo hacer algo semejante? No son la mejor familia del mundo, pero tampoco los haría daño… ¡son mi familia!

…

Cristian había  tenido una infancia muy feliz, era hijo único, y a esa razón, sus padres le expusieron a los más extremos límites del mimo y la mala crianza. Pero no por ello su vida estuvo exenta de dificultades, desde muy pequeño, Cristian empezó a tener unas pesadillas muy extrañas. A los doce años, soñó con la defunción de su abuela materna, y unas semanas más tarde, la abuela Akele, como se la conocía, fallecía de forma repentina.

Mientras iba creciendo el muchacho, las pesadillas se hacían cada vez más frecuentes, y cuando tuvo dieciséis años, soñó que se morían sus padres en un accidente de tráfico, y una semana después, el chico veía cómo su sueño se hacía realidad, arrebatándole, a las únicas personas que le amaban de verdad en el mundo entero.

Cristian recuerda el velatorio, como una escena humorística de una tragicomedia representada por el grupo teatral “Biyeyema”, mientras veía a sus padres tumbados inertes sobre una cama situada en medio del bullicioso comedor. Todo el llanto, los lloriqueos, y las lamentaciones, le seguían pareciendo parte una pesadilla de la que se despertaría en cualquier momento, hasta que llegó la hora de ir al cementerio, y el joven que hasta entonces creía que todo era un mal chasco, se despertaba desesperado de su letargo: —¿Cómo habéis podido abandonarme? —  Se preguntaba entonces, — ¿Qué voy a hacer ahora sin vosotros?

La ceremonia de la defunción había pasado volando, el rito de purificación, que solía venir a continuación, con sus acostumbrados golpecitos con hojas de palmera mojadas, había llegado. Y mientras las hojas se abatían sobre su cuerpo desnudo, como si fuesen los fríos golpes de un látigo esclavista, el chico aún no se podía creer lo que estaba pasando, sus padres se habían ido para siempre, y ni siquiera había tenido la oportunidad de despedirse.

El hermano pequeño de su padre, el tío Nguema, se quiso hacerse cargo de su responsabilidad, pero la esposa de éste, la tía Menchu se opuso desde el principio, opinaba que cualquier otro pariente, sin importar lo lejana que sea la consanguinidad, podía hacerse responsable del muchacho. Pero para Nguema, esto sería una vergüenza, así que insistió en llevarse con él a Cristian.

Las primeras semanas que el muchacho compartió con sus tíos, fueron como un hermoso sueño del que no quería despertarse, pero pasado un mes, Cristian veía cómo la sonrisa que antes se dibujaba en el rostro su tía, de oreja a oreja, se desaparecía, y el rostro amable que tenía ésta al dirigirse a él, se convertía sin más, en el espectro de sus pesadillas; en menos de un año, el chico se había convertido en una especie de esclavo pos-moderno. Todas las tareas de la casa se habían recaído sobre él, y sus estudios habían pasado a un plano sin fondo.

— ¿Cuándo empezaré con las clases? —  preguntó Cristian a su tía, un día mientras ella miraba su telenovela.

Una sonrisa escalofriante se dibujó en el rostro ella  — ¿tus clases dices? — Preguntó disgustada  — ¿No puedes agradecer primero mi hospitalidad por acogerte en mi casa?, matricularle dice, ¿es que te has vuelto loco?, la próxima vez que me insultes de esta manera, verás lo que te haré. Y me lo dice mirándome con sus grandes ojos…, y me sigue mirando, ¡deja de mirarme, maldita sea! —, tras aquello Cristian nunca volvió a tocar el tema.

…

El cariño y la ternura con que Menchu trataba a sus hijos eran ejemplares, era una mujer cuya reconocida bondad hacía eco por todo el vecindario. Pero al tratar con Cristian, el espíritu cristiano que movía las acciones bondadosas de Menchu, se desvanecía, y solo encontraba la crueldad que caracterizó los años que el muchacho compartió con ella. En ocasiones, el pobre, se ponía a llorar cuando en las noches se curvaba sobre sí mismo en un sillón estropeado que durante el día, se ponía fuera de la casa, otras veces cuando no alcanzaba la cuota diaria de ventas, ni siquiera se molestaban en poner esta silla dentro, Cristian dormía entonces, al aire libre, expuesto al frio de la noche y a las picaduras de mosquitos; muchas veces, el muchachito compartía la silla con  ratas, que a su vez se comían sus dedos cuando se quedaba dormido. Su tío nunca hizo nada para ayudarle, era un hombre que sufría un trastorno de personalidad por dependencia, se menospreciaba tanto, que pensaba que sin Menchu, su vida no tendría sentido, esto hacía que las decisiones de ésta, estuviesen sobre cualquier opinión propia; hasta que tuvieron que decidir sobre la tutela de Cristian, y por vez primera en los dieciocho años que llevaban casados, Nguema se imponía sobre la palabra de Menchu, y esto le costó mucho tiempo, sin poder tocar a su apreciada esposa como mujer.

Cuando llegaban las fiestas, el tío procuraba que Cristian, al igual que sus primos, tuviese un regalo, y la queridísima tía Menchu, procuraba que el muchacho, no tuviese nada, incluso, si cabía, tiraba a la basura cualquier juguete que se le haya comprado.

…

En una de las agotadoras jornadas que Cristian iba a vender agua, conoció  a Esnupy, él era un chico que, como Cristian, sufría maltratos, pero de parte de su padrastro, y su madre se quedaba mirando mientras el pequeño, sufría los abusos de un hombre constantemente borracho. Los dos muchachos que compartían el estar resentidos con sus respectivos parientes, se hicieron amigos enseguida.

Habían pasado tres años desde que se murieron los padres de Cristian, conocer a Esnupy lo ayudo a lidiar con las injusticias que sufría en su casa día tras día, y con la influencia de éste, el pequeño se integró en el mundo de las calles.

—Hoy será diferente— se dijo Cristian una tarde, después de haber alcanzado la cuota diaria que le exigía su tía.

Entró en la casa y, ahí estaban todos, tristes y desolados. Sam que era más sensible, estaba prácticamente llorando, — ¿qué habrá pasado? — se preguntó dentro de sí.

— Todo esto es culpa tuya —  gritó Menchu que recién le veía entrar, y volviendo la mirada a su marido: — también es culpa tuya, por haberle traído a mí casa.

— ¿Qué querías que hiciese? —  Murmuro Nguema,  — es el hijo de mi hermano, ¡por Dios santo!, mi obligación es acogerle como si fuese mío propio si pasara algo tan desastroso como lo que había pasado, mi hermano habría hecho lo mismo por los míos.

— ¿Quién sabe?, conociéndote bien a ti y con lo puta que era su madre, no me extrañaría que fuese hijo tuyo.

— No digas tonterías mujer, que está escuchándonos el pobrecito

— Y eso a mí qué me importa, mi hijo está enfermo por su maldita culpa. Si le pasa algo a mi niño, te prometo que yo misma le mataré con mis propias manos, puedes estar seguro de ello.

— ¿Qué cosas dices? ¿Es que ya te has vuelto loca?, como sigas hablando así…

— ¿Qué? ¿Qué me harás? ¿Me pegaras para defender a tu queridísimo hijo del alma? ¿Es eso? ¿Eso harás?

Y la discusión se hacía cada vez más intensa, e inevitablemente empezaron a bajársele lágrimas al muchachito. Un rato después se acercó a Sam:

— ¿Qué ha pasado? —  le preguntó.

— Mi… mi…mi mamá…, dice que has hecho que Adam enferme, dime que no lo has hecho. Adam es mi hermano, y si le pasa algo por tu… tu… tu culpa, no te lo perdonaré nunca.

— No, claro que no, cómo puedes siquiera pensar que yo pueda hacerle daño a mi propia familia. ¿Qué han dicho que tiene?

— En el hospital han dicho que tiene paludismo, y otra enfermedad ahí…, con un nombre raro, no… no… no me acuerdo bien, pero estaba convulsionando y le salía espu… pu… puma, de la boca. Y mamá dice que es tu  brujería, que nos odias...

— ¿Epilepsia? — interrumpió Cristian

— Sí, ¿Cómo lo has sabido?, ¿será que mamá tiene razón? ¿Eres brujo como dice mamá?

— Te prometo que no tengo nada que ver, además he estado todo el día vendiendo agua, mira he vendido cincuenta mil, por primera vez desde que empecé —  le dijo entusiasmado.

— ¿Enserio?, ¡Qué bien!, al menos hoy ibas a comer, que mala suerte que Adam se haya puesto enfermo.

— No pasa nada, solo espero que pronto se ponga bien.

Y mientras tenían esta conversación, los tíos seguían discutiendo con gran ardor, hasta que la tía se fijó en Cristian.

— ¡No hables con mi hijo! —  dijo interrumpiéndolos. Y enseguida se dirigió a él, furiosa — no vuelvas a hablar con ninguno de mis hijos —  siguió acompañando sus palabras con un bofetón que le tiró al suelo al instante.

— Ya basta Menchu— gritó Nguema, acomodado en el sofá.

— ¿O qué? ¿Qué me vas a hacer? ¿Qué puedes hacerme?, defiéndelo ahora, vamos a ver…, hoy mismo, vamos a ver en la cama de quién vas a dormir, en la suya o en la mía —  y con eso, el tío no volvió a decir nada.

...

Pasó ese día, y como en los anteriores, Cristian volvió a dormir sin comer nada. Había amanecido una hermosa mañana, y no se sentía con fuerzas, como para volver a ir a vender agua. Cristian no terminaba de despertarse cuando sintió agua helada tumbarse sobre él,

— ¿Dónde está el dinero que vendiste ayer? — preguntó Menchu, sosteniendo un cubo de fregar  recientemente vaciado.

— No lo sé- — respondió Cristian, aturdido, sin siquiera saber lo que le preguntaba la tía.

— Miente — gritó Sam, desde la cocina, donde se estaba comiendo su desayuno,  — me lo ha enseñado ayer, vendió cincuenta mil.

— ¿Cincuenta mil dices? — Preguntó la tía sorprendida, — ¡wau!, al menos ya tengo el dinero para mi diario, mi semanal, y para mi crema.

— Sí…, no sé por qué se desperdiciaba tanto dinero y tiempo en sus estudios, si se le da tan bien vender cosas.

— ¿Tú también lo has visto Sam? —  Preguntó la tía dándole la razón a su hijo, — y aun así, no me lo agradece, yo le he hecho descubrir su vocación —  dijo sonriendo burlonamente. 

— Dame mi dinero —  dijo después, dirigiéndose a Cristian. Y sin ni siquiera dejarle tiempo de entregárselo, empezó a sacudirle bruscamente  — ¿Dónde está mi dinero?, maldito ladrón de mierda, eres un ladrón— repetía, —eres un huérfano y ladrón desagradecido. Todo lo que hago por ti aquí en esta casa y si te doy mi mercancía para que vayas a venderla, te quieres quedar con el dinero…, eres un ladrón, ¿me oyes?, un ladrón, como la puta de tu madre.

Tras casi desnudarle por completo, descubrió el dinero en el bolsillo trasero del desgastado pantaloncillo del muchacho, y le dio un último bofetón que le tumbó al suelo.

— Si vuelves a regresar aquí en casa sin al menos cincuenta mil en tu mano, te cortaré la mano y será lo que te comas este día, ¿me has entendido bien? —  dijo Menchu dirigiéndose a Cristian, mientras contaba el dinero para confirmar que no faltaba nada.

…

— Ya no lo aguanto más —, dijo Cristian, que acababa de contarle a Esnupy lo que le había pasado en casa en la mañana, — si tan solo pudiesen parar, no sé por qué me odian tanto.

— ¿Y qué piensas hacer al respecto? — le preguntó Esnupy

— No lo sé, solo quisiera que cesase el maltrato, haría cualquier cosa porque me dejasen en paz.

—Algún día Cristian, algún día contaremos todo lo que hemos sufrido, como parte de una pesadilla lejana. Y tu día, amigo mío, ten por seguro que está cerca. Puedes quedarte a dormir, si lo deseas. Mi casa es tu casa…, bueno, ahora que no están mis padres.

— Lo sé, pero no quiero darles más razones para que sigan maltratándome, mejor me iré a dormir en casa…, pero de todos modos, gracias.

…

Cristian regresa a la casa cerca de las seis de la tarde, su tía había salido de compras, y el tío seguía en sus múltiples destajos. Adam y Sam, se encuentran jugando a la consola como tenían por costumbre.

— ¿Puedo jugar? — suplicó Cristian

—Claro que sí…, me aburre jugar con Sam, no tiene ni la más mínima idea…— respondió Adam, y tras aquello, Cristian intentó coger el mando.

—No toques mis cosas— gritó Sam, —ayer le haces enfermara mi hermano, ¿y ahora quieres jugar a nuestra consola? ¿Estás bien de la cabeza?

— ¿Sabes que no tengo nada que ver con eso, verdad?, no hables como tu madre, que no se entera nada.

— ¿La estás llamado tonta a mi madre?

—No, claro que no, solo digo que es muy supersticiosa, y se cree que la epilepsia es provocada por un maleficio o algo así— explicó sonriente.

—Te hace enfermar, insulta a nuestra madre ¿y tú quieres que juegue a nuestra consola? — dijo Sam dirigiéndose a Adam.

—No es para tanto, además él también es nuestro hermano, y francamente nuestra madre es muy exagerada y todos lo saben.

— ¿Sabes lo que te pasa?, lo que te pasa es que eres tonto, ¿esta chusma de persona se burla de nuestra madre, y tú te ríes con él?

—Solo estamos bromeando Sam, no te lo tomes tan a pecho, ¿a que sí, Cristian?

—Claro…, solo es una broma.

— ¿Una broma?, ¿llamarla tonta a mi madre es una broma?, yo te enseñaré lo que es una broma ahora mismo— y entonces Sam se dirigió a la cocina precipitadamente, Cristian continuó jugando sin darle demasiada importancia, hasta que su primo regresó de la cocina con un cuchillo en la mano:

—Repite otra vez lo que has dicho de mi madre…, vuelve a repetirlo si eres hombre, ¡vamos!, ¡dilo!— vociferó furioso.

—No hagas tonterías— gritó Adam

—Tú… ¡cállate!, yo le mato a este paleto ahora mismo, lo are por nuestra madre, y para que no vuelva a insultarle a la madre de nadie, nunca más.

— ¡Parad! ¡Ya basta! — gritó de nuevo Adam, correteando de un lugar a otro, alrededor de los dos adolescentes que estaban forcejeándose ya con el cuchillo, Sam intentaba apuñalarle a Cristian, y éste pretendía arrebatárselo.

Adam preocupado por la situación intentó separarlos: —No se juega con objetos punzantes— les decía, —ya podéis dejarlo, que es…—, Adam no termina la frase cuando siente el frio acero atravesar su piel. De repente su cuerpo empezaba acumular pesadez y su ropa se empapó por completo de sangre. Los dos adolescentes, inconscientes de la situación, continuaron peleando, sin hacerle caso al inexplicable silencio que se llenaba en la casa, Adam ya no decía nada.

Pasados unos minutos, Cristian pasea la vista por toda la casa buscando a Adam, — ¡Adam! — gritó al localizarle tumbado en un charco de sangre, en medio del comedor, — ¿Qué has hecho? — preguntó dirigiéndose a Sam.

—Yo no he hecho nada, pero tú sí, acabas de apuñalarle a mi hermano.

—yo no he sido, tenías tú el cuchillo.

— ¿Y a quién van a creer, a ti un delincuente vendedor de agua fría, o a mí que soy su hijo?

…

—Señora— dijo Cristian entonces, dirigiéndose a la doctora Nieves, —mi vida ha sido muy complicada, al morir mis padres, mi vida se fue al trastero, y mi tía se encargó de mantenerla ahí todo el tiempo que pudo. Ni siquiera se molestaron en escucharme, la tía llego a la casa después de que le haya llamado Sam, acompañada de unos primos suyos que acababan de graduarse de la academia militar, me dieron tal paliza que me caí inconsciente, ni siquiera recuerdo de cuándo me trajeron aquí, en la cárcel. Y así he vivido, es el amor que me ha brindado mi familia.

Hizo una breve pausa, respiró profundamente, paso las manos por la cara y con la mirada fijada en el rostro Pablo dijo: —sí, puede que Adam este en el hospital, pero te prometo que no es por mi culpa, si encuentra la muerte al final, será de la mano de su propio hermano. Pero como siempre la decisión de creerme, es tuya.


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Obra ganadora del certamen literario Doctor Rafael "María Nze Abuy" 2020





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Silvestre Nsue Nsue Nchama

Silvestre Nsue Nsue Nchama

Nació en Angok-Meloo, un pequeño poblado al Sur-oeste de la provincia de Kie-Ntem, distrito de Ebibeyin. Su padre es Silvestre Nsue Esono y su madre es Natividad Nchama Obama. Actualmente vive en Malabo. Licenciado en Relaciones Laborales y Recursos humanos por la Universidad Nacional de Guinea Ecuatorial. Escritor de relatos cortos, ensayos y poesía. Diplomado en gestión y resolución de conflictos, Negociación y Formador de Formadores en cuestiones de género.

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