A pesar de las malas
condiciones del lugar, el chico se encuentra sumergido en un profundo sueño,
acurrucado sobre sí mismo. Unos minutos más tarde, Cristian despierta asustado
y temblando. El aire frio que impacta sobre él, le hace pensar que quizás esté tirado
en algún rincón al aire libre, este pensamiento se reafirma cuando una ola de
putrefactos olores impacta sobre su olfato.
— ¿Qué es este sitio? — se
pregunta dentro de sí, incorporándose
para ver si conseguía distinguir algo, en este mar de sombras.
— Sigo soñando — se dice, — ¿pero qué tipo de sueño es ese?
Pasados unos minutos,
observa una luz que proviene de una brecha situada justo encima de donde estaba
durmiendo, y enseguida, cae en la cuenta de estar en una habitación cerrada.
— ¿Dónde estoy? — se preguntó por fin, ya en voz alta.
— ¿Qué te pasa chico?,
cierra la maldita boca, aquí hay gente que quiere seguir durmiendo — le respondió una voz al otro extremo de la habitación. Con el tono que
tenía, Cristian se imaginó que se trataba de alguien mayor.
— Hola… ¿Qué es este
lugar? — preguntó nuevamente, esta vez ya alterado.
— Chaval, debes dejar
esto que consumes, no te hace ningún bien — le dijo otro; ahora la voz sonaba más cercana,
y tras un corto silencio, esta extraña voz, hasta entonces sin rostro, continuó:
— estamos en la cárcel pública chico, Guantánamo… En este momento, les interrumpió una voz que
salía del otro lado de la habitación: — ¡Hora de levantarse! — vociferó imperativa y controladora. Su tono
autoritario estremeció a Cristian y le entró miedo.
— Que se enciendan las
luces — gritó de nuevo aquella
misteriosa voz, y entonces se encendieron unos focos enceguecedores, el joven
que acababa de abrir los ojos, los volvió a cerrar de inmediato, y después de
unos segundos, volvía abrirlos tímidamente. Apenas intentaba ir organizando las
ideas sobre su situación, cuando un oficial se parró en la puerta, y mirando
con asombro unos papeles que tenía en la mano, dijo su nombre:
— Cristian…, Cristian…
¿Cristian? — repitió con notable
impaciencia.
— Sí, sí, éste es mi nombre — respondió él, pensando que tal vez, le
llamaban para sacarle de aquel horrible lugar.
— ¡Oye, tú! ¡Mierdas! ¿O sea,
yo aquí gritando tu nombre como un loco y tú tan tranquilo durmiendo? ¿Te crees
que esta es tu puta casa? — dijo el
oficial enfurecido.
— No jefe, lo siento
jefe… — repuso Cristian, intentando
disculparse.
— ¡Cállate! Maldito hijo
de puta, date prisa, maldita sea, ¿te crees que tengo todo el puto día para
perderlo mirando tu mierda de cara?, — y continuó así un buen rato.
…
Un empujoncito tras otro,
así salieron del pabellón de las celdas. La libertad que había dibujado Cristian
en su cabeza que se encontraría después, le hizo aguantar lo molesto que le
resultaba ser forzado a caminar. Dos oficiales le condujeron a una sala aislada,
una luz floreciente iluminaba la habitación, y justo debajo de ella, se
encontraba una mesa con dos sillas por un lado, y una tercera silla por el otro.
Los dos oficiales le hicieron sentarse en la parte donde había una silla, sujetaron sus manos a la mesa y salieron de la
habitación sin mediar palabras.
Una larga espera empezaba
impacientar a Cristian, observaba el portón detenidamente, como si fuese a abrirse
de repente por sí solo. Tras una agotadora expectación, dos figuras
desconocidas se asomaban a la puerta, el hombre de unos treinta años, era robusto,
alto y tenía un carácter fuerte; la
mujer por otra parte, era de edad ya avanzada, su baja altura y las lentes que
llevaba puestas, daban la impresión de que no había pisado una academia militar
en su vida.
— Uf… ¿no podían haberme
asignado una abogada más joven?— inquirió
Cristian intrínsecamente, pensando que la mujer era una abogada de oficio que
le habían asignado, como sucede en las series policiacas que acostumbraba mirar.
— Buenos días Cristian — dijo
el hombre, dirigiéndose al muchacho, —mi nombre es Pablo, soy capitán de la
policía, y esta mi acompañante, es la doctora Nieves, es psicóloga y profesora en
la universidad nacional.
— Hola — respondió Cristian intentando elevar las
manos, pero enseguida se percató de que una fuerza volvía a tirarlas hacia abajo. — ¿De qué se me acusa? — preguntó desconcertado. Cuando la profesora
estaba a punto de responder, intervino el policía:
— ¿No recuerdas nada de
lo que paso ayer?
— ¿Qué pasó ayer? — preguntó de nuevo, sin tener ni la más mínima idea
de lo que estaba hablando Pablo.
— ¡Estos drogadictos
de mierda! ¡Madre mía! ¡Acuchillaste a tu primo…, maldito hijo de puta! —
dijo el Capitán, a la vez que le daba un
golpe a la mesa. Cristian se asustó y comenzó a latírsele rápidamente el
corazón.
— No…, imposible, nunca le
haría daño a mi familia.
— ¿Y qué me dices del
pobrecito que ahora mismo se encuentra bajo oxígeno en el hospital regional? ¿Su
nombre es Adam verdad?, ¿sabes que en este año iba a entrar en la universidad…,
no?, y tú has intentado matarle. Como has fracasado en tu mierda de existencia
como persona, has decidido que él tampoco disfrutaría de su vida, ¿verdad? ¿Es
eso?
— No — gritó Cristian ya alterado, —no sé de qué me
estás hablando, ¡déjame en paz!, ¡quiero salir de aquí! — continuó entre
sollozos, sin poder ya, retener las lágrimas.
— ¡Ya es suficiente! — Intervino la doctora, — está bien, Cristian…,
nosotros no somos los malos — indicó
ofreciéndole una servilleta al muchacho.
— Pues lo parecéis, me estáis
acusando de haber apuñalado a mi primo, a uno de los pocos parientes que me
quedan en la vida, ¿Cómo podría yo hacer algo semejante? No son la mejor
familia del mundo, pero tampoco los haría daño… ¡son mi familia!
…
Cristian había tenido una infancia muy feliz, era hijo único,
y a esa razón, sus padres le expusieron a los más extremos límites del mimo y
la mala crianza. Pero no por ello su vida estuvo exenta de dificultades, desde
muy pequeño, Cristian empezó a tener unas pesadillas muy extrañas. A los doce
años, soñó con la defunción de su abuela materna, y unas semanas más tarde, la
abuela Akele, como se la conocía, fallecía de forma repentina.
Mientras iba creciendo el
muchacho, las pesadillas se hacían cada vez más frecuentes, y cuando tuvo
dieciséis años, soñó que se morían sus padres en un accidente de tráfico, y una
semana después, el chico veía cómo su sueño se hacía realidad, arrebatándole, a
las únicas personas que le amaban de verdad en el mundo entero.
Cristian recuerda el
velatorio, como una escena humorística de una tragicomedia representada por el
grupo teatral “Biyeyema”, mientras veía a sus padres tumbados inertes sobre una
cama situada en medio del bullicioso comedor. Todo el llanto, los lloriqueos, y
las lamentaciones, le seguían pareciendo parte una pesadilla de la que se despertaría
en cualquier momento, hasta que llegó la hora de ir al cementerio, y el joven
que hasta entonces creía que todo era un mal chasco, se despertaba desesperado
de su letargo: —¿Cómo habéis podido abandonarme? — Se preguntaba entonces, — ¿Qué voy a hacer
ahora sin vosotros?
La ceremonia de la
defunción había pasado volando, el rito de purificación, que solía venir a
continuación, con sus acostumbrados golpecitos con hojas de palmera mojadas, había
llegado. Y mientras las hojas se abatían sobre su cuerpo desnudo, como si
fuesen los fríos golpes de un látigo esclavista, el chico aún no se podía creer
lo que estaba pasando, sus padres se habían ido para siempre, y ni siquiera
había tenido la oportunidad de despedirse.
El hermano pequeño de su
padre, el tío Nguema, se quiso hacerse cargo de su responsabilidad, pero la
esposa de éste, la tía Menchu se opuso desde el principio, opinaba que
cualquier otro pariente, sin importar lo lejana que sea la consanguinidad,
podía hacerse responsable del muchacho. Pero para Nguema, esto sería una vergüenza,
así que insistió en llevarse con él a Cristian.
Las primeras semanas que el
muchacho compartió con sus tíos, fueron como un hermoso sueño del que no quería
despertarse, pero pasado un mes, Cristian veía cómo la sonrisa que antes se
dibujaba en el rostro su tía, de oreja a oreja, se desaparecía, y el rostro amable
que tenía ésta al dirigirse a él, se convertía sin más, en el espectro de sus pesadillas;
en menos de un año, el chico se había convertido en una especie de esclavo
pos-moderno. Todas las tareas de la casa se habían recaído sobre él, y sus
estudios habían pasado a un plano sin fondo.
— ¿Cuándo empezaré con
las clases? — preguntó Cristian a su
tía, un día mientras ella miraba su telenovela.
Una sonrisa escalofriante
se dibujó en el rostro ella — ¿tus
clases dices? — Preguntó disgustada — ¿No
puedes agradecer primero mi hospitalidad por acogerte en mi casa?, matricularle
dice, ¿es que te has vuelto loco?, la próxima vez que me insultes de esta
manera, verás lo que te haré. Y me lo dice mirándome con sus grandes ojos…, y
me sigue mirando, ¡deja de mirarme, maldita sea! —, tras aquello Cristian nunca
volvió a tocar el tema.
…
El cariño y la ternura
con que Menchu trataba a sus hijos eran ejemplares, era una mujer cuya
reconocida bondad hacía eco por todo el vecindario. Pero al tratar con
Cristian, el espíritu cristiano que movía las acciones bondadosas de Menchu, se
desvanecía, y solo encontraba la crueldad que caracterizó los años que el
muchacho compartió con ella. En ocasiones, el pobre, se ponía a llorar cuando
en las noches se curvaba sobre sí mismo en un sillón estropeado que durante el
día, se ponía fuera de la casa, otras veces cuando no alcanzaba la cuota diaria
de ventas, ni siquiera se molestaban en poner esta silla dentro, Cristian dormía
entonces, al aire libre, expuesto al frio de la noche y a las picaduras de
mosquitos; muchas veces, el muchachito compartía la silla con ratas, que a su vez se comían sus dedos cuando
se quedaba dormido. Su tío nunca hizo nada para ayudarle, era un hombre que
sufría un trastorno de personalidad por dependencia, se menospreciaba tanto,
que pensaba que sin Menchu, su vida no tendría sentido, esto hacía que las
decisiones de ésta, estuviesen sobre cualquier opinión propia; hasta que tuvieron
que decidir sobre la tutela de Cristian, y por vez primera en los dieciocho
años que llevaban casados, Nguema se imponía sobre la palabra de Menchu, y esto
le costó mucho tiempo, sin poder tocar a su apreciada esposa como mujer.
Cuando llegaban las
fiestas, el tío procuraba que Cristian, al igual que sus primos, tuviese un
regalo, y la queridísima tía Menchu, procuraba que el muchacho, no tuviese nada,
incluso, si cabía, tiraba a la basura cualquier juguete que se le haya comprado.
…
En una de las agotadoras
jornadas que Cristian iba a vender agua, conoció a Esnupy, él era un chico que, como Cristian,
sufría maltratos, pero de parte de su padrastro, y su madre se quedaba mirando
mientras el pequeño, sufría los abusos de un hombre constantemente borracho. Los
dos muchachos que compartían el estar resentidos con sus respectivos parientes,
se hicieron amigos enseguida.
Habían pasado tres años desde
que se murieron los padres de Cristian, conocer a Esnupy lo ayudo a lidiar con
las injusticias que sufría en su casa día tras día, y con la influencia de éste,
el pequeño se integró en el mundo de las calles.
—Hoy será diferente— se
dijo Cristian una tarde, después de haber alcanzado la cuota diaria que le
exigía su tía.
Entró en la casa y, ahí
estaban todos, tristes y desolados. Sam que era más sensible, estaba
prácticamente llorando, — ¿qué habrá pasado? — se preguntó dentro de sí.
— Todo esto es culpa tuya
— gritó Menchu que recién le veía entrar,
y volviendo la mirada a su marido: — también es culpa tuya, por haberle traído
a mí casa.
— ¿Qué querías que
hiciese? — Murmuro Nguema, — es el hijo de mi hermano, ¡por Dios santo!,
mi obligación es acogerle como si fuese mío propio si pasara algo tan
desastroso como lo que había pasado, mi hermano habría hecho lo mismo por los míos.
— ¿Quién sabe?,
conociéndote bien a ti y con lo puta que era su madre, no me extrañaría que
fuese hijo tuyo.
— No digas tonterías
mujer, que está escuchándonos el pobrecito
— Y eso a mí qué me
importa, mi hijo está enfermo por su maldita culpa. Si le pasa algo a mi niño,
te prometo que yo misma le mataré con mis propias manos, puedes estar seguro de
ello.
— ¿Qué cosas dices? ¿Es
que ya te has vuelto loca?, como sigas hablando así…
— ¿Qué? ¿Qué me harás?
¿Me pegaras para defender a tu queridísimo hijo del alma? ¿Es eso? ¿Eso harás?
Y la discusión se hacía
cada vez más intensa, e inevitablemente empezaron a bajársele lágrimas al
muchachito. Un rato después se acercó a Sam:
— ¿Qué ha pasado? — le preguntó.
— Mi… mi…mi mamá…, dice
que has hecho que Adam enferme, dime que no lo has hecho. Adam es mi hermano, y
si le pasa algo por tu… tu… tu culpa, no te lo perdonaré nunca.
— No, claro que no, cómo
puedes siquiera pensar que yo pueda hacerle daño a mi propia familia. ¿Qué han
dicho que tiene?
— En el hospital han
dicho que tiene paludismo, y otra enfermedad ahí…, con un nombre raro, no… no…
no me acuerdo bien, pero estaba convulsionando y le salía espu… pu… puma, de la
boca. Y mamá dice que es tu brujería, que
nos odias...
— ¿Epilepsia? — interrumpió
Cristian
— Sí, ¿Cómo lo has
sabido?, ¿será que mamá tiene razón? ¿Eres brujo como dice mamá?
— Te prometo que no tengo
nada que ver, además he estado todo el día vendiendo agua, mira he vendido
cincuenta mil, por primera vez desde que empecé — le dijo entusiasmado.
— ¿Enserio?, ¡Qué bien!,
al menos hoy ibas a comer, que mala suerte que Adam se haya puesto enfermo.
— No pasa nada, solo espero
que pronto se ponga bien.
Y mientras tenían esta
conversación, los tíos seguían discutiendo con gran ardor, hasta que la tía se
fijó en Cristian.
— ¡No hables con mi hijo!
— dijo interrumpiéndolos. Y enseguida se
dirigió a él, furiosa — no vuelvas a hablar con ninguno de mis hijos — siguió acompañando sus palabras con un bofetón
que le tiró al suelo al instante.
— Ya basta Menchu— gritó
Nguema, acomodado en el sofá.
— ¿O qué? ¿Qué me vas a
hacer? ¿Qué puedes hacerme?, defiéndelo ahora, vamos a ver…, hoy mismo, vamos a
ver en la cama de quién vas a dormir, en la suya o en la mía — y con eso, el tío no volvió a decir nada.
...
Pasó ese día, y como en
los anteriores, Cristian volvió a dormir sin comer nada. Había amanecido una
hermosa mañana, y no se sentía con fuerzas, como para volver a ir a vender agua.
Cristian no terminaba de despertarse cuando sintió agua helada tumbarse sobre él,
— ¿Dónde está el dinero que
vendiste ayer? — preguntó Menchu, sosteniendo un cubo de fregar recientemente vaciado.
— No lo sé- — respondió
Cristian, aturdido, sin siquiera saber lo que le preguntaba la tía.
— Miente — gritó Sam,
desde la cocina, donde se estaba comiendo su desayuno, — me lo ha enseñado ayer, vendió cincuenta mil.
— ¿Cincuenta mil dices? —
Preguntó la tía sorprendida, — ¡wau!, al menos ya tengo el dinero para mi
diario, mi semanal, y para mi crema.
— Sí…, no sé por qué se desperdiciaba
tanto dinero y tiempo en sus estudios, si se le da tan bien vender cosas.
— ¿Tú también lo has
visto Sam? — Preguntó la tía dándole la
razón a su hijo, — y aun así, no me lo agradece, yo le he hecho descubrir su
vocación — dijo sonriendo burlonamente.
— Dame mi dinero — dijo después, dirigiéndose a Cristian. Y sin ni
siquiera dejarle tiempo de entregárselo, empezó a sacudirle bruscamente — ¿Dónde está mi dinero?, maldito ladrón de
mierda, eres un ladrón— repetía, —eres un huérfano y ladrón desagradecido. Todo
lo que hago por ti aquí en esta casa y si te doy mi mercancía para que vayas a
venderla, te quieres quedar con el dinero…, eres un ladrón, ¿me oyes?, un
ladrón, como la puta de tu madre.
Tras casi desnudarle por completo,
descubrió el dinero en el bolsillo trasero del desgastado pantaloncillo del
muchacho, y le dio un último bofetón que le tumbó al suelo.
— Si vuelves a regresar
aquí en casa sin al menos cincuenta mil en tu mano, te cortaré la mano y será
lo que te comas este día, ¿me has entendido bien? — dijo Menchu dirigiéndose a Cristian, mientras
contaba el dinero para confirmar que no faltaba nada.
…
— Ya no lo aguanto más —,
dijo Cristian, que acababa de contarle a Esnupy lo que le había pasado en casa
en la mañana, — si tan solo pudiesen parar, no sé por qué me odian tanto.
— ¿Y qué piensas hacer al
respecto? — le preguntó Esnupy
— No lo sé, solo quisiera
que cesase el maltrato, haría cualquier cosa porque me dejasen en paz.
—Algún día Cristian,
algún día contaremos todo lo que hemos sufrido, como parte de una pesadilla
lejana. Y tu día, amigo mío, ten por seguro que está cerca. Puedes quedarte a
dormir, si lo deseas. Mi casa es tu casa…, bueno, ahora que no están mis
padres.
— Lo sé, pero no quiero
darles más razones para que sigan maltratándome, mejor me iré a dormir en casa…,
pero de todos modos, gracias.
…
Cristian regresa a la
casa cerca de las seis de la tarde, su tía había salido de compras, y el tío
seguía en sus múltiples destajos. Adam y Sam, se encuentran jugando a la
consola como tenían por costumbre.
— ¿Puedo jugar? — suplicó
Cristian
—Claro que sí…, me aburre
jugar con Sam, no tiene ni la más mínima idea…— respondió Adam, y tras aquello,
Cristian intentó coger el mando.
—No toques mis cosas—
gritó Sam, —ayer le haces enfermara mi hermano, ¿y ahora quieres jugar a
nuestra consola? ¿Estás bien de la cabeza?
— ¿Sabes que no tengo
nada que ver con eso, verdad?, no hables como tu madre, que no se entera nada.
— ¿La estás llamado tonta
a mi madre?
—No, claro que no, solo
digo que es muy supersticiosa, y se cree que la epilepsia es provocada por un
maleficio o algo así— explicó sonriente.
—Te hace enfermar,
insulta a nuestra madre ¿y tú quieres que juegue a nuestra consola? — dijo Sam
dirigiéndose a Adam.
—No es para tanto, además
él también es nuestro hermano, y francamente nuestra madre es muy exagerada y
todos lo saben.
— ¿Sabes lo que te pasa?,
lo que te pasa es que eres tonto, ¿esta chusma de persona se burla de nuestra
madre, y tú te ríes con él?
—Solo estamos bromeando
Sam, no te lo tomes tan a pecho, ¿a que sí, Cristian?
—Claro…, solo es una
broma.
— ¿Una broma?, ¿llamarla
tonta a mi madre es una broma?, yo te enseñaré lo que es una broma ahora mismo—
y entonces Sam se dirigió a la cocina precipitadamente, Cristian continuó
jugando sin darle demasiada importancia, hasta que su primo regresó de la
cocina con un cuchillo en la mano:
—Repite otra vez lo que
has dicho de mi madre…, vuelve a repetirlo si eres hombre, ¡vamos!, ¡dilo!—
vociferó furioso.
—No hagas tonterías— gritó
Adam
—Tú… ¡cállate!, yo le
mato a este paleto ahora mismo, lo are por nuestra madre, y para que no vuelva
a insultarle a la madre de nadie, nunca más.
— ¡Parad! ¡Ya basta! —
gritó de nuevo Adam, correteando de un lugar a otro, alrededor de los dos
adolescentes que estaban forcejeándose ya con el cuchillo, Sam intentaba apuñalarle
a Cristian, y éste pretendía arrebatárselo.
Adam preocupado por la
situación intentó separarlos: —No se juega con objetos punzantes— les decía,
—ya podéis dejarlo, que es…—, Adam no termina la frase cuando siente el frio
acero atravesar su piel. De repente su cuerpo empezaba acumular pesadez y su
ropa se empapó por completo de sangre. Los dos adolescentes, inconscientes de
la situación, continuaron peleando, sin hacerle caso al inexplicable silencio
que se llenaba en la casa, Adam ya no decía nada.
Pasados unos minutos,
Cristian pasea la vista por toda la casa buscando a Adam, — ¡Adam! — gritó al
localizarle tumbado en un charco de sangre, en medio del comedor, — ¿Qué has
hecho? — preguntó dirigiéndose a Sam.
—Yo no he hecho nada,
pero tú sí, acabas de apuñalarle a mi hermano.
—yo no he sido, tenías tú
el cuchillo.
— ¿Y a quién van a creer,
a ti un delincuente vendedor de agua fría, o a mí que soy su hijo?
…
—Señora— dijo Cristian
entonces, dirigiéndose a la doctora Nieves, —mi vida ha sido muy complicada, al
morir mis padres, mi vida se fue al trastero, y mi tía se encargó de mantenerla
ahí todo el tiempo que pudo. Ni siquiera se molestaron en escucharme, la tía
llego a la casa después de que le haya llamado Sam, acompañada de unos primos
suyos que acababan de graduarse de la academia militar, me dieron tal paliza
que me caí inconsciente, ni siquiera recuerdo de cuándo me trajeron aquí, en la
cárcel. Y así he vivido, es el amor que me ha brindado mi familia.
Hizo una breve pausa,
respiró profundamente, paso las manos por la cara y con la mirada fijada en el
rostro Pablo dijo: —sí, puede que Adam este en el hospital, pero te prometo que
no es por mi culpa, si encuentra la muerte al final, será de la mano de su
propio hermano. Pero como siempre la decisión de creerme, es tuya.