El poemario de un psicópata
I
Todos somos escritores.
Todos hemos sentido que las palabras no le hacían justicia a alguien que, desde el primer día que le vimos, nos enamoró,
—y por eso escribimos.
Todos somos poetas…, hemos compuesto
ésta poesía perfecta…, que sin ser nada,
lo era todo;
que sin decir nada, lo decía todo.
Y queriendo hacer algo más, le hemos agobiado,
desesperando su corazón,
con constantes notas de lo mismo,
—un te amo
que por repetirse tanto perdió sentido.
Y a pesar de que nos amó, la perdimos porque,
en San Valentín,
en vez de un regalo como hacen todos,
nosotros la escribimos una poesía.
Decidimos dejarnos llevar por el vil egoísmo que surgió dentro de nosotros, al creer que el amor verdadero es algo que yacía en nuestros corazones,
pero en realidad, si esto no es así,
—¿qué es el amor?
Todos somos dibujantes, hemos pincelado miradas perdidas
en la oscuridad de nuestras almas
Y queriendo mirar la luz al final del túnel
nos hemos perdido en el infierno del calor
de unos senos…, de unos besos. De un cuerpo que nos convencía que nuestra vida estaba pérdida sin él
Y así hemos vivido,
—¡perdidos! —
Todos somos cantantes
¿Quién no ha vociferado ésta canción
que nacía del placer de nuestros cuerpos chocándose?
Al dejarnos llevar por el ritmo que marcaban nuestros labios, nuestros dedos,
—éstos que se agarraban a nuestros cuerpos como si fuésemos a arrancarnos la piel, dejándose escapar
nuestro espíritu de bailarines, y nos mecíamos entonces
al ritmo de la lujuria que consumía nuestros cuerpos
Bailando como locos.
Todos somos pedacitos de un mundo más grande.
II
Desde aquí arriba puedo verme en el aire, con las alas tendidas
No soy una paloma, pero hoy me lanzaré al vacío, alzaré el vuelo,
esperando tranquilo, no aterrizar nunca, esperando llegar al cielo.
La brisa aquí arriba me hace olvidar, sin que falten, por supuesto,
instantes de consciencia recuperada, como si mi corazón me señalase
culpándome de mis propias desgracias.
Hoy puedo observar la puesta del sol con su brillo naranjo radiante
Y me siento ataráxicamente relajado, purificado…, libre.
La brisa surcando en suaves olas, impacta sobre mi cara,
llenándome de su frescor. Y le susurra todo persuasiva a mi alma:
—“déjate caer, vuela hasta el sol”.
Y es que, yo ya estaba decidido a ello.
A dejar que pase el mundo y sus males, a olvidarme de todo;
dejarme llevar por el viento, cansado de sufrir el abandono de todos,
— Incluido el de mi propia madre.
Cansado de fingir cada día, que la vida sigue, mientras la mía,
se me agota aceleradamente.
Voy a alzar el vuelo abriendo paso entre el viento, como si al final
me aguardase una dicha celestial, como si fuera a reunirme con dios
Y lo cierto es que, no descansaré hasta alcanzar mi destino, tan desdichado.
Tan efímeramente placentero. Y si hoy es mi día, que sea bienvenido.