Diez años desaparecen fugaces frente a mí.
Tras de ti, la vida es una mecha incandescente y fugaz,
consumida por la oscura sombra de un frio anochecer,
de un adiós para no volver.
Sentir la angustia por la ausencia del calor de tu abrazo,
es un eterno tormento disipado de mi mente por momentos,
hasta que, acordado, brotan torrentes cristalinos dentro de mí,
rocío de mi constante suspirar, eterno llanto de mi vivir.
Quisiera que vuelvas para poderme despedir.
Si solo pudieras alargar un poquito más, tu estancia aquí;
te estrecharía, largo y tendido entre mis brazos,
hasta que la muerte se olvide de ti, o hasta que se apiade de mí.
Permítete, dulce madre, seguir siendo dueña de tu propia vida,
y llenar la mía de eterna y abundante alegría.
Despierta y vuelve a sonreír, ilumina mi existencia un día más.